¿Amar es renunciar?
Rafael Ramos Sánchez
docente de la ENMJN
Pero quiero que me digas, amor, que no todo fue naufragar,
por haber creído que amar era el verbo más bello.
Luis Eduardo Aute
Sofía decidió que, al concluir los estudios de secundaria, era tiempo de que la relación con David escalara al siguiente nivel, en esos días –recuerda– experimentaba una sensación incomparable: “nunca me había sentido enamorada”, esa sensación “no deseaba dejarla escapar”. David y Sofía compartían el sueño de casarse y vivir juntos, y escribir una historia de ensueño; y es que los deseos generalmente no pasan por el tamiz de la realidad, se asientan principalmente en la búsqueda desenfrenada de satisfacción, surgen de una necesidad de gratificación que no admite espera y que debe encontrar su cauce pronto.
La idea –me relata Sofía– era simple: “vivir juntos” y ella sentía que, por añadidura, el amor y su fuerza iban a seguir floreciendo y a mantener la ilusión de la vida más allá de los años. Sofía es la menor de dos hijos que procreó Flora, quien a causa de insuficiencia renal crónica, falleció en el 2013. El padre de Sofía –asegura– no ha tenido presencia en su vida e historia y es que ella recuerda que, desde pequeña, a los 4 años aproximadamente, sus padres luego de distintas dificultades, sin saber descifrar cuáles, decidió marcharse y separarse de su madre; así, su relación con él es distante y fría –señala.
David le prometió a Sofía que las dificultades no serían obstáculos infranqueables para ellos, que siempre, con decisión, los problemas podrían evitarse y superarse. Al morir Flora, madre de Sofía, fue la abuela materna quien quedó a cargo de ella, en un predio fraccionado, entre tíos y primos, su abuela accedió a recibir en su hogar a David quien, además de mostrar entusiasmo y dedicación en su relación, continuaba sus estudios de educación media superior y logró colocarse también en una empresa de distribución de botanas, al principio de eventual, y con el paso de los años, le dieron la planta.
La vida pronto les otorgaría el privilegio de la concepción, Sofía no pudo continuar con sus estudios, estableció un acuerdo con David: ella debía dedicarse a los cuidados de su hijo y, en el futuro, sin establecer plazos, podría reanudar su bachillerato, la idea sobre la cual tomaron la decisión fue la de que: “¡quién mejor que la madre, para cuidar a sus hijos!”
De este modo, el pequeño Leo llegó a sus vidas y los llenó de alegría y de sueños compartidos, creció sin contratiempos y, ya al encontrarse en segundo de preescolar, en una junta de padres de familia se les solicitó integrarse a la mesa directiva, Sofía fue invitada por un grupo de conocidas a formar parte del grupo en la función de tesorería, Ella consideraba que estar involucrada en actividades de la escuela era la forma de estar pendiente de las necesidades y progresos de Leo. Sofía recuerda que, al tomar la decisión sin el consentimiento de David, le trajo distintas tensiones; la primera inquietud que él le expresó, fue en el sentido de por qué había tomado una responsabilidad así sin antes consultarlo, asegurando que eso le restaría tiempo para cubrir sus responsabilidades; afirmó además que ello redundaría en el descuido de actividades prioritarias en la casa.
Entonces Sofía compartió con su abuela la situación, quien le sugirió que todas las decisiones que tomara, debía hablarlas con David y que ello le evitaría dolores de cabeza, también le recordó el estribillo de la canción de Rubén Blades “familia es familia y cariño es cariño“. Como resultado de esta función de la tesorería, Sofía estableció amistad con Nadia, la presidenta de la mesa directiva, ya eran conocidas debido a la cercanía de su domicilio y ahora la responsabilidad las acercaba más. Sofía encontró en Nadia amistad y confidente. Una noche –recuerda– Nadia estaba insistente con mensajes de Whatsapp, ya que algunos temas de un festival debían resolverse, el tiempo era restringido y la directora del Jardín les pedía un reporte urgente. Era una noche común, David regresaba del trabajo cerca de las nueve, mientras estaban en la cama compartiendo sus crónicas del día, el teléfono de Sofía sonaba y sonaba, de manera airada le pidió una explicación, le reprochó con insistencia y exigió, además, que le mostrará el teléfono para corroborar lo dicho; y sin más tomó el teléfono y le revisó, no sólo el chat reciente, sino sus contactos y todos sus archivos ahí almacenados… A Sofía curiosamente no le pareció extraña la actitud de David, y mucho menos lo consideró un exceso de él, después de todo, se tenían el uno al otro y esa era la base en la que anclaban su relación. La confianza –pensaba Sofía– era eso, la facultad de que su querido David mirara en su teléfono y accediera a su contenido como si fuera el suyo propio.
Transcurrieron los días y ella pudo disipar las dudas en cuanto a que sí sería capaz de cubrir las tareas de la crianza de Leo, las labores de casa e, incluso, ella consideraba que le sobraba tiempo. Al inicio del siguiente año escolar, y como resultado del relevo de algunos vocales de la mesa directiva, a ella y a Nadia les ratificaron la posición; la maestra había establecido una buena alianza con ellas y el equipo funcionaba eficientemente, eran reconocidas en la comunidad escolar, ya que los puentes que tendían fructificaban en beneficio de la matrícula de la escuela.
Alimentada por su deseo de mejorar las condiciones en que vivían, pensó que eventualmente debían vivir lejos de la abuela, en otra casa, y es que bajo el mismo techo había tensiones con respecto a la distribución de los pagos del gas, de la luz, además de las contribuciones generales de la casa, como el predio y el agua. Dejó de pensar en silencio y una noche, mientras relataba a David cómo había transcurrido su día, encontró espacio para proponer la necesidad de que ella consiguiera un empleo, y contribuyera con recursos que para alcanzar la justa independencia. David, enfático, le solicitó que le señalara exactamente “qué era lo que hacía falta”, pues, a su juicio, tenían lo que necesitaban para vivir, incluso, les había comprado tenis recientemente.
De esta forma, David expresó su molestia y le señaló que ella debía encargarse de su hijo, que no deseaba que lo descuidara. Sofía, en cambio, solicitó que se le señalara alguna falta suya; ella asegura que él no ofreció más detalles, simplemente la disuadió de su deseo de trabajar, todo a partir del simple imperativo: “debes encargarte de Leo”. Así las cosas, transcurrió medio año escolar y, repentinamente, David decidió cambiar su rutina: instaló en los días viernes, una sesión de juego con amigos; Sofía refiere que, en un principio, la llegada a casa de David era alrededor de las 11 de la noche y, paulatinamente, se extendió entre las 12 y las 2 de la madrugada, tales eran sus nuevos horarios de regreso a casa. Sofía empezó a incomodarse, y es que sentía que también ella merecía sus pausas; sin embargo, no era capaz de decirle a su pareja que la rutina ya le cansaba, pues suponía que esa idea la acercaría a la impresión de ser una “mala madre”, ciertamente, una idea en la que no pretendía habitar.
Meses después, David contó la buena nueva: compraría una moto para su traslado, ya que los tiempos de desplazamiento de un sitio a otro se traducen en gastos; la noticia agradó a Sofía, y es que con cada paso que se avanzaba, sentía que su relación de pareja se hacía más sólida. Por esos días, y en apoyo al sueño, ella tuvo que ajustarse, pues, desde que le anticipó que compraría la moto, hubo recortes en el gasto, es decir, presupuesto a la baja. De modo que ella nuevamente subrayó su deseo de trabajar y de ayudar con la economía; anhelaba que la respuesta de su esposo por fin fuera distinta; sin embargo, recibió un rotundo “no”, esta vez acompañado de reproches infundados con otros elementos añadidos: “¿por qué quieres trabajar?”, “luego vas a querer andar con alguien más…” Él tenía la idea preconcebida de que las mujeres que trabajan desvían su rumbo.
Un día, todo estaba en silencio, eran alrededor de las 11:30 de la noche de un jueves –recuerda Sofía– cuando empezó a replicar el teléfono de David, vibraba y sonaba… Ella pretendió probar suerte, así que le pidió a él que quitara el bloqueo al teléfono con e fin de saber “¡quién podría insistir tanto!”. A cambio de eso, David le aventó otro reproche repentino –recuerda Sofía con incomodidad la sentencia que entonces él le dijo–: “¡Qué te pasa!… ¿Que no confías en mí?”… Ella repuso: “¡Sólo quiero ver quién te está buscando a estas horas!”, a lo que él agregó simplemente: “¡Duérmete, duérmete ya!”
En otro momento, Sofía recuerda que, una madrugada de sábado, cuando ya pasaban de las dos de la mañana, ella decidió marcarle a su esposo, pues deseaba saber si ya estaba cerca de casa. Pero no obtuvo respuesta, lo cual la dejó inquieta y, dos horas más tarde, en punto de las 4 de la mañana, al fin llegó David. Sin dar explicaciones, le pidió a ella que descansara, que después hablarían. Desvelada a consecuencia de esto, Sofía refiere que a la mañana hizo sus actividades del fin de semana, quehaceres y preparativos para empezar bien cuanto siguiera. Naturalmente, sentía desánimo pues no había dormido lo suficiente. Después de la comida, le pregunto a David si podrían ir al cine y si llevarían a Leo al parque: No obstante, no encontró eco positivo… David le recordó que debían ajustarse, ya que el compromiso del pago de la moto estaba cerca, se trataba de una moto usada que uno de sus compañeros de trabajo decidió vender para mejorar su medio de transporte, logró su cometido y finalmente se hizo de ella con casi el pago total convenido, sólo quedaban pendientes cuatro pagos y liquidaría la deuda. Sofía supuso que una vez cubierto el adeudo, el fondo para lo demás aumentaría, ya que habían logrado cubrir el objetivo juntos. Ella sentía ese progreso como propio y aseguraba que había contribuido de sobremanera a alcanzar ese sueño.
Pese a todo, las cosas siguieron como antes de la compra del nuevo medio de transporte; no hubo reajuste del gasto. Entonces Sofía necesitaba más dinero para cubrir los gastos y cumplir requerimientos en casa, así que decidió vender productos por catálogo. Había restringido tanto sus gastos que pudo incluso guardar un capital que le permitiría invertir en mercancía en el centro de la ciudad y emprender con ventas, después de todo, se requerían recursos, y alguien debía generarlos. Compartió la expectativa de emprender con su pareja, pero recibió un nuevo reclamo acompañado ahora con una amenaza: “no debes descuidar tus deberes”, sentenció su marido.
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Es preciso realizar algunas consideraciones en este momento. Veamos. A esta pareja los unió el deseo de crecer juntos; sin embargo, para David crecer implica mejorar sus condiciones de vida, y no es que esté bien o mal, simplemente es un deseo que él coloca en la dinámica de familia que construyen: mejorar su medio de transporte, sus formas de combatir el estrés y el cuidado de su imagen (a partir del cumplimiento de las cuatro parcialidades restantes de la moto, decidió ir al gimnasio), todo ello, de alguna manera –pensaba él– sumaba al proyecto familiar.
Para Sofía la idea de crecimiento era en familia, pasaba por vivir más allá del núcleo original, hacer un esfuerzo, para que en el futuro fueran capaces de comprar una casa: “sé que eso no es sencillo, pero es posible”, la idea que combatiría el estrés para ella era que pasaran tiempo juntos, salir al cine, ir juntos al parque con Leo, en suma, sumar esfuerzos para mejorar lo que tienen, incluso, que ella pudiera proseguir sus estudios.
Una segunda consideración es que David escribe las reglas y estas son modificadas a capricho, él, por ejemplo, debe tener acceso irrestricto al teléfono móvil de Sofía, y además debe saber el acceso a sus cuentas en redes sociales; hay un bien supremo que debe vigilarse, la confianza irrestricta, aunque, es una regla distinta la que se aplica a él, en su mente y corazón, él no es capaz de fallar y requiere de la confianza ciega de Sofía, pues ella no puede ver el celular de él, porque eso es de “locas, celosas que se imaginan cosas”; ella tampoco puede tener un empleo porque ello implicaría falta de dedicación a su hijo y a la familia, y eso no se lo podría perdonar; ella no puede aspirar a la mejoría personal, porque iría en detrimento del funcionamiento familiar, ni buscar mejorar sus condiciones a partir del emprendimiento o aprender algo de cuidados de la belleza, porque eso supondría intereses ocultos que ‘él es capaz de revelar con su ojo de intuición adquirido gracias a sus experiencias en el entendimiento del mundo y los vínculos amorosos.’
Ahora… ¿Puede una relación amorosa cifrarse en una medida de confianza que usa un rasero distinto para ella y para él?, ¿Puede el proyecto de pareja prescindir de los deseos naturales de progreso y crecimiento personal?
Sofía se resolvió a trabajar con la venta de mercancía que conseguía en el centro de la ciudad, a esto agregó la venta por catálogo y, finalmente, en el jardín de niños consiguió poner un puesto de dulces, le implicaba trabajo extra, pero podía participar en los gastos que le requerían en casa, debía poner su parte para el pago del predial, agua, gas y luz, que eran compartidos.
La tarde de un sábado, David avisó que tendría que salir a trabajar, que no tardaría en volver, así que se arregló y salió de casa, no precisó si regresaría para comer o tendrían tiempo de ver una película más tarde. A eso de las 5 de la tarde, Sofía decidió mandarle mensaje y llamarlo para saber la hora aproximada de su llegada, pero no obtuvo respuesta. Una hora después llamó a su vecina y le propuso salir a tomar un café, accedió y fue así que, encargó a Leo con su abuela por unas tres horas, a lo sumo. Pasó el tiempo y eran casi las 8 de la noche cuando al fin recibió una llamada de David. Ella contestó de inmediato notando su molestia, percibió su tono inquisitivo de reproche, pues le exigió pruebas de su dicho, o sea, constancia de la persona con la que se encontraba y señalar con detalles en qué sitio estaba. Ella sintió que su tono era innecesario, pero, para no aumentar la tensión, envió una selfie y señaló que se encontraban cerca de casa, en un café y que, si él quería, podía ir a encontrarlas.
Aunque se sentía cómoda con su amiga y algo en sus adentros le sugería que debía crearse este tipo de condiciones de esparcimiento, decidió suspender de manera abrupta su salida; se disculpó con su amiga y le compartió que David estaba molesto. Al llegar a casa, la historia no cambió en nada, él le hizo un listado largo de reproches, en los que incluía señalamientos injustos sobre probables descuidos hacia la casa y las tareas de crianza del hijo. Así que fue una noche larga y ella cuenta que, ya en otros momentos, le mostraba su malestar ignorando su presencia, que incluso le quitó el habla temporalmente y sólo se dirigía a ella en caso de ser estrictamente necesario.
Sofía esperaba, ahora que él había trabajado tiempo extra algunos sábados, podría haber más dinero, la deducción era simple: si trabaja tiempo extra, recibiría dinero extra; mas no fue así, él le dijo que estaba ahora en un proyecto para comprar un coche, pues ya era momento de mejorar y, por ello, le aseguraba que debía de ajustarse nuevamente, pues iría a recortar lo que entregaba quincenalmente, además de señalar que ella estaba percibiendo recursos y que, en buena medida, era de lo que él producía: “si no fuera por lo que te doy, ¿de dónde sale para invertir?”. Nunca reveló que su abuela ocasionalmente le ayudaba con cierto dinero de su pensión y de la ayuda de sus hijos.
David pensaba que los progresos y avances eran sólo el resultado de lo que él hacía; no compartía créditos ni reconocimiento al hecho de que les permitían vivir ahí, sin pagar renta, ni que era posible avanzar en sus objetivos gracias a los aportes de Sofía en casa y fuera de ella. Una mañana, Sofía se preparaba para lavar la ropa, y como de costumbre, revisó los bolsos de lo que preparaba para lavar, al tomar un pantalón de David, descubrió una carta donde le reconocían lo amoroso y galante que era… Sofía sintió un frío que le inundó corazón. La hoja de cuaderno tenía unos corazones rojos… y ya no pudo seguir leyendo.
Ese sábado David despertó, no se apreciaba que fuera a salir al trabajo esa vez. Más tarde el dolor se había acumulado en Sofía: quería una explicación, necesitaba calmar el malestar creciente e incomodidad que produce saber algo y callarse. Mostró la carta a David. Él mostró cierta frialdad, asegura Sofía, no notó impresionarlo con una evidencia que abiertamente lo implicaba más allá de toda duda razonable, todo apuntaba a que estaba en un amorío; pero él no cedió a sus reclamos y terminó dándole la vuelta culpándola de que una de sus camisas no tenía un botón y que los pantalones los había maltratado al lavarlos sin los cuidados debidos. Era obvio que utilizaba la estrategia de siempre, había un reclamo directo, un reproche con sustento; pero él desviaba la atención con supuestos agravios de los cuales él era objeto, “¡malcrías a Leo!”, “no pones límites con a las exigencias que nos hacen tus tíos sobre los pagos, no cuidas mi ropa y además te mensajeas con alguien en el Face, a mí se me hace que andas de loca y por eso buscas hacerme conflictos”.
Una tarde, su hijo tomó el teléfono de su padre para poner un videojuego que estaba ahí cargado, sabía que no tenía permitido hacer eso, pero el cansancio lo había vencido y la prohibición generalmente viene acompañada de montos muy altos de curiosidad. Así que bastaron dos intentos y encontró la clave para desbloquear el teléfono. Sofía le reprochó a Leo la licencia que se estaba tomando y aseguró que ello “le molestaría a papá”. Y, repentinamente, mientras intentaba abrir el juego, llegó una notificación, el dispositivo estaba en silencio y apareció un mensaje de Whatsapp en el que se leía “te extraño mucho, amorcito, ya quiero verte, la paso increíble contigo. T. Q. M”. Leo, sin dudarlo abrió el mensaje, no veía mal alguno en ello, se lo mostró a su mamá, ella tomó una foto y trato de buscar el número. Al despertarse, Sofía le pidió una explicación del contenido de su mensaje, como es de suponerse, las respuestas de David oscilaban entre lo burdo y lo displicente. Contó que su amigo el día anterior le pidió su teléfono porque se quedó sin batería y que ese mensaje no era para él. Pero ya la duda que ocupaba los días y noches en Sofía no se disipaba y se acentuaba con aspectos que le hacían suponer un amorío de su esposo.
Una vez, en confianza ella le comentó a la abuela lo que acontecido y además le dejó entrever el profundo malestar que la embargaba, la tristeza y desilusión que a veces mermaban su fuerza para continuar, estaba cansada de las restricciones que le hacía con los recursos y las mentiras innumerables, en ocasiones –relata– incluso las hacía pasar como parte de un libreto construido por “relatos delirantes de su mente que maquina cosas”. La abuela le dijo que estaba ahí para ayudarle en lo que necesitara, pero que pensara bien lo que quería hacer, ya que el futuro de una madre sola con un hijo no es algo que fácil de llevar, y que la idea de una madre soltera no es bien recibida socialmente.
Antes de optar por un camino, decidió buscar información para realizar un curso que le permitiría trabajar por su cuenta cortando el cabello. Buscó y encontró una escuela, resuelta a no ceder espacio. Sabía que tenía que generar condiciones para producir más ingresos y seguir estudiando, a estas alturas, ella era consciente de que, de la mano de David, nunca regresaría a la escuela y mucho menos la dejaría trabajar.
Tuvo que lidiar con una alteración de su estado de ánimo persistente que la mantenía cansada, con dificultades para reponerse, pero a la vez la impulsaba la idea de sobreponerse y superar la crisis. David seguía restringiendo los recursos y cada vez era más evidente su nulo interés por lo que pasaba entre ellos. Un día, movido él por el enojo, le aseguró que ella era la responsable de lo que sucedía, que eso de querer salir a trabajar y ganar dinero era en realidad una pantalla, era, a juzgar por él, que ya estaba harta y buscaba cómo reemplazarlo, porque ella siempre había estado más interesada por lo económico, que por otra cosa y que siempre le salía con que “debían de irse de ahí y construir algo propio”, sin entender que en casa de sus padres David tiene un espacio en el que “se puede construir, pero, no es momento, siempre he tenido el sueño de comprar un carro nuevo, en agencia,” tal era su objetivo en aquellos momentos.
Finalmente, David se hartó de la situación y decidió marcharse en el 2020, ya que –decía– “eso no es vida para ellos. La responsabiliza de lo que ocurría entre ellos y es que su exigencia de cambiarse de casa, su necedad de trabajar y de no cuidar a Leo lo tenían incómodo y ya desesperado. Al finalizar el 2019, él pudo acceder a financiamiento de auto y le aseguró que se tenía que aguantar con menos ya que había muchos compromisos, que logró reunir un enganche pero que no contempló el seguro y, por esa razón, tuvo que recurrir a sus padres para que le hicieran el préstamo que está pagando bajo plazo; así que, además, no le convenía hacer pleito legal ya que: “recuerda que mi tío es abogado, me asistirá en caso de ser necesario y peleará a fin de que te quiten a mi hijo, ya que al estar deprimida y tomar tratamiento farmacológico, la llevas de perder”.
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Hasta ahora, Sofía ha buscado asesoría jurídica. Ya contrató alguien que le ayudará en su caso, solo que, al intentar iniciar el procedimiento para que le pase gasto de acuerdo con el salario que percibe, los juzgados, a causa de la pandemia, no han trabajado con la regularidad debida y es un tema que sigue pendiente. Sin embargo, sabe que las amenazas simplemente son otra forma de manipulación, chantaje y control. Y si bien desde antes es consciente del engaño, la diferencia ahora es que ya no se ilusiona con la posibilidad de que la situación mejore o cambie; hoy sabe que la idea de David es simple: en primer lugar, está él mismo y en segundo lugar también, y al final no hay duda de qué él será su prioridad.
Podemos sentirnos impulsados a identificarnos con las situaciones de este relato, desde la empatía, la simpatía, incluso la antipatía… Antes de ello, les propongo que pensemos en dos elementos necesarios en la construcción de una historia de amor en pareja y que pasan por la construcción de una familia y del desarrollo personal: si el deseo es tener una familia, debemos incorporar un enfoque pragmático, a la manera de este presupuesto: ¿qué es lo que deseo vivir en pareja?, ¿con él (o ella) es posible?, ¿qué es lo que deseo para mí en términos de una familia?, ¿la persona que camina conmigo apunta en la misma dirección?, estas respuestas obligan a sintonizar lo que pensamos, lo que decimos y lo que hacemos.
La relación de pareja requiere confianza en ambos sentidos, no puede ser de una vía o con medidas distintas, el principio de reciprocidad debe permanecer inalterado, la libertad, la intimidad son elementos indispensables en la construcción de relaciones en las que prevalece el bienestar psicológico y el cuidado y responsabilidad de quien decide estar con alguien en pareja. La brújula que mostrará el camino es el bienestar personal en el terreno productivo y profesional, en la salud, en los intereses, apetencias y aficiones. No se puede prescindir ni renunciar a lo que se quiere, se desea o se necesita. Una relación no implica poner alguien delante o dejarlo atrás; es caminar juntos, combinando objetivos, estableciendo metas y actualizando acuerdos cuando sea oportuno y necesario.
¿Qué es amar? Es lo que decidas quieres que sea, pero su base no significa renuncia, sacrificio y sufrimiento. El amor es una decisión por la que se opta, es trabajo diario, es responsabilizarse de lo que se cree, lo que se dice y lo que se actúa, es participación y corresponsabilidad, es cuidado y acuerdos, es libertad y confianza, es decidir por cuál rumbo se desea viajar.♦
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