Cómo la escuela cambió mi vida
Transformarse a través de la educación
Patricia Sampson
exalumna de la ENMN
Hay dos cosas que han sido fuente de explicaciones y de supuestos desde diferentes perspectivas: una de ellas, la que quizá se escucha en lo cotidiano y se ha tratado de teorizar es “la educación transforma”, la segunda versa sobre tratar de explicar si la vocación docente existe. Desde mi mirada, intento hablar de estas dos cuestiones.
Por un lado, si la vocación docente existe, o no; si el maestro o maestra siente desde siempre que quiere dedicarse a educar y toda la vida sueña con eso… A mí no me sucedió. Inicié mis estudios para maestra de jardines de niños sin tener la remota idea de qué quería estudiar. Estaba por uno de los peores momentos de mi vida, cuando gracias al azar o al destino, a Dios o al universo, o a todo junto, pensé que sería buena opción regresar a estudiar después de un año de haberlo dejado.
Recuerdo que llamé al 040, que, en ese tiempo, (aún no tenía auge el internet), era el número de información y sólo pregunté por el teléfono de una escuela para educadoras. Lo que siguió fue tan fácil: llamar y que me informaran que justo estaban las inscripciones abiertas; ir, presentar el examen, ver que había sido aceptada y conseguir el dinero para la inscripción. La cuota era muy baja, pero tuve que conseguir para pagarla y listo. Ya estaba inscrita.
El primer día, nos tocó recorrido por la escuela y el encargado en hacerlo era el entonces decano, el Profesor Pimentel. Siempre he creído que él y yo teníamos química… a unos minutos de iniciar el recorrido se acercó a mí y me pidió que caminara erguida y me dijo que siempre debíamos ver para adelante y “derechitos”. ¡Vi una escuela inmensa, hermosa!
Iniciaron las clases y conocí a mis primeros maestros, los primeros en transformarme. Yo, una chica que vivía con violencia, acostumbrada a caminar mirando hacia abajo, ahora me encontraba en una escuela enorme, con gente nueva y tantas clases que ni siquiera había pensado. Era un gran cambio y, sin saberlo, el camino para una vida diferente.
El profesor Pimentel me daba clases de música y, al terminar, tocaba al piano la canción Dios nunca muere. Él preguntaba cuál queríamos escuchar y yo siempre pedía la misma y él la tocaba. Esa pieza era hermosa y lo más esperanzador que había escuchado. “Pero no importa saber que voy a tener el mismo final… porque me queda el consuelo que Dios nunca morirá…”
Las clases eran un mundo nuevo, la de español con la maestra Gela, las de psicología con la maestra Gabriela Oliva, a quien un día busqué muy temprano para platicarle lo que vivía después de que el día anterior hiciéramos una dinámica que me impactó tanto que sentía la necesidad por fin de hablar con alguien. La maestra Gela y la maestra Gaby me arroparon y me dieron fuerza para seguir hablando, y sí, también me transformaron.
Una de las clases que me apasionaban la daba el Profesor Germán López, hablaba de tantas cosas que ni imaginaba y que tampoco entendía mucho. Alguna vez le dije que me sentía ignorante cuando hablaba del neoliberalismo y él con toda calma me dijo” todos somos ignorantes en algo” y me volvió a explicar qué era el neoliberalismo y, otra vez, no entendí. Pero me impactó que alguien supiera tanto y que lo explicara con tanta pasión al grado de hacer que yo quisiera saber más, poco tiempo después, yo compraba revistas sobre eso, tratando de comprender. El neoliberalismo no termina de quedarme claro, ni me quedó claro en ese momento tampoco, sin embargo, el maestro Germán inspiraba, impulsaba, ¡y también me transformó!
Seguían las clases, las dinámicas, los encuentros, y cuando tocó el turno de conocer a la profesora Bety Ríos mi impacto fue en aumento, era simple, una mujer feliz, libre, compartiendo todo lo que sabía. En la dinámica de presentación me animé a decir lo que vivía, la situación de violencia por la que atravesaba y me liberé. Dicen por ahí: “rompí el silencio”. En cada clase sólo la contemplaba, buscando descubrir su secreto para gozar de la libertad y de la paz que emanaba y, por supuesto, me transformó
Así también la Profesora Laura Díaz quien me acompañó en mi proceso terapéutico y me ayudó a recibir atención en un centro especializado. Me recibió toda rota y me ayudó a reconstruirme con paciencia y con un trabajo lleno de amor y comprensión. Laura Díaz también me transformó. Cuando terminé mi primer año en la Escuela Nacional para Maestras de Jardines de Niños, ya era otra. Me sentía libre, feliz, apasionada por la licenciatura y disfruté de la etapa más hermosa como estudiante.
Libre, acompañada, transformada y con paradigmas y teorías que no sabían que existieran y estaba motivada por comprender. Seguro lo que viví después es similar a lo que han vivido muchas estudiantes: conocer, crecer, aprender.
Para mi último año en la licenciatura era como si fuera otra persona, había recuperado la alegría, la seguridad, la confianza. Viví hermosas enseñanzas con el maestro Jorge Alva con su paciencia y sus lecturas retadoras sobre la ética, y las clases con la directora, la maestra Luz María Gómez Pezuela fueron el complemento ideal. La directora de la escuela dándome clases. Una mujer que inspiraba, con tanta experiencia y porte. Todo fue un complemento de lo que debía vivir.
El camino no dejaba de ser apasionante, cuando conocí a la maestra Blanca Calzada yo era otra persona y conocerla fue un regalo adicional. Ella imponía sólo de verla y estar en su clase era agudizar los sentidos para captar todo lo que sabía. Blanca me regaló alguna vez un cassette con música de Serrat que contenía la hermosa canción Cambalache. Además de todos los contenidos de su clase, me enseñó la congruencia, el esfuerzo, la dedicación para aprender más… tiempo después, me enseñó también el valor de una hermosa amistad, y claro que me transformó; me definió como estudiante y como maestra.
La otra cuestión… la que habla de la vocación, esa yo no la tenía: me la contagiaron. Las personas que en su ser docente y quizá sin saberlo me inspiraron, ayudando a transformarme, a tomar retos, a mirar de frente y derechita. Entonces, si la pregunta es: ¿la educación transforma? La respuesta también es preguntarse ¿a quién transforma?, si transforma a quien la recibe, o a quien la da, o a ambas partes. Tengo claro que a mí me transformó y, a más de veinte años de haber egresado, esta historia es un homenaje a todos y todas las que tocaron mi vida y me impulsaron a ser una persona diferente.
Algunos de ellos ya no están entre nosotros y, como hace justo más de veinte años, su energía siempre me acompaña y, cuando la vida se pone difícil, recuerdo a la chica que llegó a esa escuela inmensa y aprendió a caminar erguida, derechita y mirando siempre para adelante y las personas que la ayudaron a transformarse y entonces. Recuerdo que todos tocamos el alma de alguien, así como tocaron la mía.♦
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