Educación y familia en tiempos de cuarentena
Consuelo Chávez Durán
docente de la ENMJN
¿Quién me ha robado el mes de abril?
Lo guardaba en un cajón
donde guardo el corazón.
¿Cómo pudo, sucederme a mí?
Joaquín Sabina
En estos días en que la humanidad ha tenido que dar un vuelco total en su forma de vivir y entrar todos en cuarentena, es necesario detenernos a reflexionar la manera en que estamos enfrentando esta situación. Es así que pasamos de una vida un tanto rutinaria, pero bien establecida con patrones de conducta más o menos regulares, a enfrentarnos a un alto total forzoso en pro del cuidado de nuestra salud, de nuestra propia vida e, incluso, por el bien general de la humanidad.
En este momento en el que no importa si eres niño, joven, adulto, o si estudias en preescolar o eres un alto funcionario de gobierno, compartes una misma fragilidad ante la pandemia que todos tenemos enfrente. Tal vez hace apenas algunos meses veíamos este problema como algo ajeno a nosotros y ocurrida en un país muy, muy lejano. Ahora tenemos la amenaza en nuestro país, nuestra ciudad, en nuestra calle o en nuestra casa. Es por ello que vale la pena hacer algunas reflexiones en torno a lo que, metafóricamente, se mira o se oye a través de la ventana… ya veces de manera literal, más allá de toda metáfora.
Ante la llegada de la pandemia de COVID-19, la familia y la escuela como instituciones sociales tuvieron un fuerte impacto en su función educativa. De un momento a otro, la decisión de parar las actividades en México implicó incertidumbre y búsqueda de alternativas para tratar de continuar con la vida como la conocíamos.
En la escuela se consideró la posibilidad de clases en línea como solución mediática para no perder el Ciclo escolar, el semestre, el trimestre, etc. No obstante, pronto nos enfrentamos a la dura realidad mexicana en la que no todos los alumnos tienen internet en casa: familias donde los niños sólo acceden a internet por medio del teléfono celular de sus padres o lo tienen que compartir entre varios hermanos. Además, ante una falta de comprensión lectora y de disciplina para seguir instrucciones, se dificulta más la comunicación y, por ello, las presuntas lecciones en línea. Por otra parte, muchos docentes asimismo no tienen un muy buen manejo de las TIC y se ven en aprietos ante la exigencia de evidencias y de seguimiento de trabajo en casa. En algunas escuelas se enviaron videos, en otras, listas interminables de situaciones a trabajar, sin pensar que los niños también están viviendo una ruptura de su estabilidad emocional y familiar ante la pandemia. Entonces se trató de llevar los mismos contenidos educativos de los planes de estudio a los padres de familia, para que ellos realizaran actividades con los niños y enviaran evidencia de cada uno de los aprendizajes esperados que se pretendían…
¿Qué perdemos y qué ganamos? Si bien para las escuelas todo esto fue realmente un momento improvisado de caos; se trataba de una situación que ya se veía venir, en el sentido de que la pandemia avanzaba rápidamente; pero, por otro lado, en el sentido de que los modelos educativos están empezando a resultar obsoletos para el acelerado cambio de las sociedades. Se había querido poner un modelo educativo tradicional y escolarizado encima de un modelo de educación a distancia que, aunque no es nuevo, está muy lejos de ser funcional en la actualidad y no siempre adecuado a todos los niveles educativos. Ante esto, las diferencias entre los estratos sociales no tardaron en hacerse evidentes y la escuela pública pronto dejó ver sus carencias. En este momento de crisis está faltando reconocer los procesos de los alumnos, tanto emocionales como intelectuales; existe la necesidad de reconocer que el aprendizaje no se da de esa manera, que no aflora en solitario, ni obligado ante la exigencia de cumplir y entregar evidencias. Como educadores tenemos pues que replantearnos los objetivos educativos y reconocer que no se trata de perder o de recuperar el Ciclo escolar, sino de ser mejores como humanidad, de promover aprendizajes para la vida, de recuperar los valores universales que, a fin de cuentas, siguen siendo lo más valioso para nuestros estudiantes y para la sociedad.
De igual forma, la familia también tuvo que detener su vertiginosa rutina y verse compartiendo un espacio único. Algunas familias vieron esta pausa como una oportunidad para la convivencia y otras, desde el primer día, tomaron esto como un encierro o un cautiverio, como algo intolerable, o bien, como un sacrificio. Además, de que los padres “tuvieron” que asumir el rol de educadores de sus hijos. Pero entonces… ¿cuál había sido la función original de la familia?
La queja constante de algunas madres y padres de familia ante los deberes escolares, más que una oportunidad de reencuentro con sus hijos, ha consistido en un conflicto constante por no tener los recursos pedagógicos para promover aprendizajes en ellos. Es una batalla diaria ante las interminables listas de requisitos que la escuela solicita. Y, no conformes con todo el estrés que negaran las noticias y las redes sociales ante la crisis de salud, además, ¡hay que enviar evidencias a la maestra!… Hay que tomar la mejor fotografía de sus hijos haciendo la poco significativa tarea, fotografiar sus apuntes o enviar síntesis o resúmenes por correo o WhatsApp.
De un momento a otro estamos todos juntos en casa, “obligados” a convivir largas horas, tal vez como nunca lo habíamos hecho en nuestras vidas; concepto de ‘encierro’ que a veces los medios de comunicación nos han hecho ver como negativo y sinónimo de sufrimiento, para lo cual su entretenimiento es la respuesta. Si bien en este periodo los momentos parecen transcurrir más lentos, al fin se terminaron las prisas y el anhelado tiempo sale sobrando. Bajo este contexto es cuando los que estudiamos las ciencias sociales reflexionamos hacia la pregunta esencial: ¿cuál es la función social de la familia? Muchas de las familias se han olvidado de divertirse entre ellos, de reír, de jugar entre todos. No viven el aprendizaje en colectivo, sino cada uno en lo individual, olvidan que juntos siempre aprendemos y el arte de conversar es ya poco practicado. Pero, ¿no es aquí donde se deberían vivir los valores, donde se tejen los recuerdos y las tradiciones?
Hoy tenemos la oportunidad de recuperar el amor y comunicación en familia, de recuperar nuestra identidad. No quiero decir que todas las familias puedan ser sólo un modelo; sabemos que, en muchas de ellas, en estos momentos es cuando más se gesta la violencia, el abuso y el maltrato; pero no podemos dejar de aspirar a recuperar y reconstruir la esencia social y lo positivo de cada familia.
Este periodo de cuarentena puede ser toda una oportunidad, hay que planear cosas divertidas, poner horarios, hacer todo para recuperar nuestra estructura mental que habíamos tenido antes de esta crisis. Claro que no hay que ser rígidos si las costumbres se modifican; sólo hay que ser creativos, tanto los adultos como los niños podemos jugar, disfrazarnos, cantar, pintar, bailar, inventar, hacer ejercicio. Escribir en la memoria infantil un grato recuerdo. De igual forma podemos elaborar listados de necesidades individuales, conocer más acerca de la niñez de los padres y los abuelos, ver con atención fotografías familiares, llamarnos por teléfono con los que no están cerca y escucharnos los unos a los otros. Y, si no hay muchos miembros en la familia, podemos disfrutar a nuestras mascotas, escribir cartas a los vecinos, incluso estando a solas, etc.
¿Qué perdemos y qué ganamos? La necesidad no está en lo meramente educativo, sino en la mejor manera de enfrentar tiempos difíciles, de reconocer nuestras fortalezas y de trabajar ante nuestras oportunidades para seguir creciendo como personas en un tiempo difícil. No podemos hacer lo mismo que antes, ahora son tiempos diferentes, hay que acompañarnos en nuestros temores, sin importar nuestra edad y cada uno reencontrar poco a poco su rol. No preocuparnos, pero sí ocuparnos; apoyar al miembro que más lo necesita y sentar las bases para la mutua comunicación. Lo meramente educativo no es la prioridad en la vida de los niños, pero sí lo es su familia sin importar la composición de esta; eso es importante además del sustento diario y de su salud mental.
En conclusión, si bien al parecer no habrá un regreso a la completa normalidad mientras no haya un tratamiento o una vacuna, sí tendremos una nueva perspectiva de ver la vida. Habrá una renovada mirada hacia lo que es realmente importante, como la familia y los avances científicos, en los que hoy los héroes se visten de blanco y no de ficción, donde las fronteras no son nada, si no nos volvemos una misma persona con el entorno. La escuela tiene que renovarse y ser futurista, porque no todo lo que se aprende está en las aulas y no todo lo realmente importante es el aprendizaje, ni sus evidencias. Tenemos que recordar que muchos niños después de esta cuarentena podrían no volver a reír.
Estamos frente a una nueva generación que nace este mes de abril; y una ‘nueva’ generación de personas quienes tenemos mucho que aprender de esta situación y de otras que pueden venir y que, así como ocurre con los acontecimientos desatados a raíz de los sismos, hay que replantear nuestra vida hacia el futuro, hacia nuestra solidaridad, sabiendo que nadie puede subsistir si no es en sociedad.♦
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