El árbol de logros
Tania Pulido Padilla
Hay una premisa en torno a la educación: “Hay que estar motivado para aprender”. Sin duda sabemos que hay diferentes formas de alcanzar la motivación. Aquí la tarea es hablar de una en específico: la motivación intrínseca para alcanzar el aprendizaje. ¿Qué es la motivación? Para definirla nos remitiremos al Diccionario de la Real Academia Española: “conjunto de factores internos o externos que determinan en parte las acciones de una persona” (RAE, actualización 2021). Nuestro interés es sobre aquellos factores internos que logran determinar las acciones de personas y para ser específicas, hablaremos sobre la motivación en niños y niñas de segundo año de preescolar”.
En el jardín de niños proponemos diferentes actividades para que niños y niñas aprendan a través de diferentes estrategias de enseñanza, buscando que movilicen sus saberes y construyan nuevos aprendizajes sobre el entorno que les rodea y acerca de sí. Estas estrategias son planificadas de manera consciente e intencionada con base en el conocimiento que cada docente tiene sobre su grupo y sus estudiantes. En ocasiones, es necesario aplicar estrategias que, además de enseñar, faciliten el ambiente idóneo para el aprendizaje, el cual permita que haya motivación por aprender y, en nuestra intención de lograrlo, recurrimos a múltiples reforzadores que nos permitirán captar la atención, el interés y (posiblemente) motivación por aprender.
Boekaerts expresa que la tarea docente por favorecer la motivación es ardua porque no se trata sólo de lograrla, sino de mantenerla a través del interés (Boekaerts, 2002); y eso, quienes nos dedicamos a la enseñanza, sabemos que es el verdadero meollo del asunto. Aquí compartimos la experiencia que vivimos en este recién concluido ciclo escolar, en donde se logró encender y mantener la motivación por el aprendizaje, por la adquisición de nuevas habilidades y el desarrollo de las capacidades de cada uno de los niños y niñas. Y aunque no encontramos el hilo negro en las estrategias de creaciones de ambientes de aprendizaje, pero fue sin duda, una experiencia de éxito.
Todo comenzó con el trabajo colaborativo llevado a cabo con la Unidad de Educación Especial y Educación Inclusiva (UDEEI) con la docente Miriam Arroyo, quien aportó una propuesta de trabajo para el grupo, en la cual a través del cuento “La semillita dormilona” los niños y niñas aprendieran que, en ocasiones, el no hacer un intento por aprender es una decisión individual; de la misma forma, al aprender estamos tomando una decisión: ‘Yo puedo’. Impulsamos una consigna: haríamos un árbol en donde cada rama representaría a cada niño o niña, y cada nueva hoja contendría una meta de alguna actividad o habilidad que quisieran aprender o desarrollar; también se incluirían flores como forma de esfuerzo y finalmente manzanas cuando lograran alcanzar su meta (ver imagen 1).
En nuestro árbol, la docente Miriam dio al grupo los “pasos” que debían recordar con base en el cuento: primero estaba el no puedo/no quiero, luego venía el pienso qué hacer, después el pido ayuda y, finalmente, el ya sé/ya puedo (ver imagen 2). Por ello, al dar inicio con el árbol de los logros, lo que los estudiantes hicieron fue identificar lo que querían y luego vendría el cómo lo iban a lograr. En este punto sus ideas eran “pedir ayuda”, “practicar”, “decirle a la maestra”, “decirle a los papás”.
De acuerdo con Boekaerts “La evidencia reciente sugiere que los trabajos escolares motivan más a los estudiantes, cuando las objetivos relacionados con la escuela están en armonía con sus propios deseos, necesidades y expectativas” (2002, pág. 38). En nuestro caso, buscamos que fueran los mismos estudiantes quienes decidieran qué querían lograr, qué era aquello que les representaba el reto por alcanzar. “¿Qué meta quieres lograr?” fue la pregunta que detonó para favorecer el autoconocimiento en niños y niñas de entre 4 y 5 años de edad, así como para generar un compromiso por ponerse realmente a cargo de su proceso de aprendizaje.
Díaz Barriga opina que en las escuelas hace falta una movilización de saberes, pues se prioriza la memorización y acumulación de información por encima del desarrollo de competencias que les permitan solucionar situaciones, dentro y fuera del contexto escolar (Díaz Barriga, 2006). Por lo anterior es que decidimos plantear que las habilidades que los estudiantes se propusieran desarrollar o adquirir tuvieran relación con el ambiente educativo y también lo pudieran trasladar a otros espacios.
Después de algunos días, niños y niñas se acercaban a compartir sus logros: “Mira, te enseño que ya aprendí a amarrarme las agujetas”, “¿Te digo algo? Hoy me vestí sola” o, incluso, observé cómo se esforzaban por alcanzar metas que incluían la escritura de su nombre o incrementar su rango de conteo. Recuerdo que, en una ocasión, compartí (en otra actividad, no relacionada) que no había aprendido a nadar y uno de ellos me dijo: “Ya sabes los pasos para que alcances tu meta, tienes que pedir ayuda e ir a clases para aprender”. Mi sonrisa fue enorme. También las familias estuvieron incluidas: ayudaron a llenar el árbol con frases de motivación que cada niño leyó para sí mismo y para el resto, hecho que sirvió para recordarles que, efectivamente, sí podían lograrlo (ver imágenes 3 y 4).
En este punto la mayoría decidió que había hecho el esfuerzo suficiente por alcanzar su meta, por lo que el árbol de logros se llenó, no sólo de hojas con metas, sino también de “flores del esfuerzo”. Una vez que terminó el tiempo designado para el desarrollo de las metas (en el grupo se decidió que fueran 2 semanas), cada uno evaluó su propia meta; quien la había logrado colocó su manzana y quien aún no, llegó a la conclusión de “tengo que practicar más”. Al final, no importó el resultado, todos se ofrecieron un aplauso, pues había importado el proceso, es decir, cuanto habían hecho para llegar hasta allí.
¿Los resultados? Fueron variados: desarrollo de la autonomía, uso de la lengua escrita, reconocimiento del nombre propio, desarrollo de habilidades sociales, desarrollo de habilidades motrices. Aprendieron a amarrarse las agujetas, a vestirse por sí mismos, a ampliar su rango de conteo en actividades diversificadas, a escribir su nombre y a reconocer el de sus compañeros, también a esforzarse y ser perseverantes, a escuchar sugerencias y ponerlas en práctica y, sobre todo, aprendieron a cambiar su forma de abordar un problema, pues a diferencia del inicio, ahora piden ayuda y omiten el “no puedo” o “no sé”.
El desarrollo de esta situación de aprendizaje tuvo lugar durante los meses de marzo a julio, siendo justamente en julio la evaluación general y, en este aspecto, es rescatable la importancia que se le dio a la autoevaluación, pues cada estudiante mencionó cuanto logró y cómo hizo para alcanzarlo. Durante estos meses, también surgieron construcciones conceptuales de nuestra pequeña sociedad del aula. Palabras como ‘esfuerzo’, ‘ayuda’, ‘error’, ‘intento’, ‘meta’, ‘logro’, adquirieron una nueva significación para la comunidad que se construyó.
Es necesario resaltar que el trabajo colaborativo con la docente Miriam Arroyo fue determinante para alcanzar la construcción de aprendizajes, saberes y habilidades que los niños reconocen como resultado de un esfuerzo, producto del ensayo y error, y que, además, tuvieron en cuanta a sus compañeros del grupo para apoyarlos y celebrar sus logros; o bien, para actuar en andamiaje que apoyara este proceso. Esta condicionante es fundamental para alcanzar la inclusión dentro de las aulas, pues de acuerdo con Arnaiz, en las escuelas inclusivas cada persona es importante, los talentos de cada uno son necesarios y posibilitan el sentido de comunidad (Arnaiz, 1996).
Promover en la infancia el autoconocimiento, el establecimiento de metas, la autorregulación, la evaluación de logros y una movilización de saberes para construir aprendizajes nuevos, permitiría una verdadera forma de poner a niños y niñas al frente de su proceso de aprendizaje. El árbol de los logros es la antesala hacia un proyecto que promoverá la construcción de un autoconocimiento, uno que incluya a todos con sus capacidades, habilidades y destrezas; en el que el aprendizaje se “mida” con base en el proceso de cada uno; en particular, la inteligencia y que, en el futuro, ayude a trazar un “Proyecto de vida”.♦
FUENTES DE CONSULTA
- ARNAIZ Sánchez, P. (1996). Las escuelas son para todos. Siglo Cero, 27(2). España. pp. 25 34.
- BOEKAERTS, M. (2002) Motivar para aprender. Serie Prácticas educativas-10. Academia Internacional de Educación. Traducción por CENEVAL. México. 47 pp.
- DÍAZ-BARRIGA ARCEO, F. (2006) Enseñanza situada: vínculo entre la escuela y la vida. McGraw Hill Interamericana. México. 191 pp.
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