El nacimiento del cine

EL CINE Y LA EDUCACIÓN

El nacimiento del cine

Germán E. López García

docente de la ENMJN

 

 

Se indignaron con las imágenes vivas que el próspero comerciante don Bruno Crespi proyectaba en el teatro con taquillas de bocas de león,porque un personaje muerto y sepultado en una película, y por cuya desgracia se derramaron lágrimas de aflicción, apareció vivo y convertido en árabe en la película siguiente. 

Gabriel García Márquez: Cien años de soledad.

 

 

 

El sábado 28 de diciembre de 1895 se abrió al público la primera sala cinematográfica del mundo, en París, en el Salón Indio, subsuelo del Grand Café, en el 14 del Boulevard des Capulines. Ésta es la fecha que se reconoce como el verdadero nacimiento del cine. En ese día se proyectaron 10 breves películas que duraban de uno a tres minutos cada una. Cada media hora se dio una función: por la mañana de las 10:00 a las 11:30; por la tarde de 2:00 a 6:30 y de 8:0 a 11:00 por la noche. El precio por función fue de un franco, y toda publicidad estribó en un pequeño cartel que decía: “Cinematógraphe Lumière”.

Cartel de inauguración del cinematógrafo Lumière

Al dueño del café, que era un italiano de apellido Volpini, los hermanos franceses Louis y Auguste Lumière le ofrecieron pagarle el veinte por ciento de los ingresos por el alquiler del local, pero, como desconfiaba tanto del éxito de aquel negocio, prefirió arrendarlo por un año a treinta francos diarios. Ese primer día (28 de diciembre) se reunieron 33 francos, es decir, entraron treinta y tres personas. Dos semanas después, ¡ingresaban dos mil quinientos francos por día!

Hermanos Lumière. Pioneros del cine

Los hermanos Lumière consideraron su invento como resultado de innumerables experimentos y ensayos científicos guiados por una certidumbre: la realidad podía ser captada y reproducida con todo y su movimiento. Ahora sabemos que ese deseo y la certidumbre de reproducir la realidad con todo y su movimiento no pueden ocurrir de tal manera; en primer lugar, porque toda producción humana, como las imágenes cinematográficas, no es neutra y las imágenes no han de aparecer como copias fieles de la realidad, sino como una selección de fragmentos de la misma, la cual que se ve a través del ojo del director y de la mano del editor, que establecen el montaje; digamos que son producciones presentadas subjetivamente al público, es decir, con un interés concreto, esto es, que nos muestran lo que quieren que nosotros veamos. Por tanto, y en segundo lugar, esto ocurre puesto que toda película es una ficción; no es la realidad, aunque se asemeje mucho a ella por contar historias de vida, al igual que ocurre con la literatura y la dramaturgia. Estas situaciones nos permiten observar conductas y actitudes humanas, entornos sociales y contextos culturales.

Sin embargo, poco tiempo después de su invento, cuando los hermanos Lumière quedaron satisfechos y dieron por terminado el efecto interesante de su “curiosidad científica”, el espectáculo cinematográfico ya se había extendido por todo el mundo. Fenómeno por el que se puede decir que, si bien el cine fue inventado en Francia, de algún modo, fue descubierto en los Estados Unidos, ya que allí se constituyó como una industria del espectáculo.

Fotograma del primer programa proyectado en el cinematógrafo Lumière: “llegada del tren a la estación”.

En sus inicios, el cine dio una marcada prioridad a la técnica por encima del espectáculo, así que lo que se viera en la pantalla en esas imágenes era lo de menos, lo realmente importante era su proyección. Bastaba con que se diera la ilusión de una reproducción de la vida, aun cuando ésta estuviera desprovista de tercera dimensión, de color y de sonido, situación que asemeja la imagen cinematográfica con la onírica, pues, por lo general, en los sueños se da la misma prioridad a la imagen sobre el sonido, y de éste sobre el color y, de éste último, sobre el volumen.

Rosotscopio. Antecedente del cine en animación.

Es importante resaltar que el cine, desde su nacimiento, ha podido competir de tú a tú con el logos, es decir, con el conocimiento y su construcción. Esto se debe a que en él convergen una serie de lenguajes fundamentales para el desarrollo del intelecto humano. La imagen es una herramienta fundamental para la construcción del conocimiento, a tal grado lo es, que el Dr. Fernando Zamora, en su libro Filosofía de la imagen, parte de una pregunta fundamental: “¿qué fue primero, la imagen o la palabra?”, y aun cuando señala que no es su propósito contestar esa pregunta, sí nos subraya: “ésta es una de las cuestiones más profundas que podemos plantearnos. Una pregunta que, con toda su ingenuidad, no sólo nos hunde en las profundidades de la Historia, sino que nos lleva a indagar acerca de nuestra primera infancia y acerca de las relaciones que entablamos cotidianamente entre la voz y la mirada. ¿Qué fue primero, la palabra o la imagen?”

Si partimos de que una forma de percibir la realidad a nuestro alrededor es por medio de las imágenes captadas por el cerebro, que éste es un proceso totalmente individual y subjetivo, que su resultado sólo puede ser manifiesto por medio de la expresión de algún tipo oral, gráfica o mímica, y además, si partimos de que para describir cabalmente lo que captamos o lo que queremos expresar, entonces tenemos que nombrar, y eso lo hacemos precisamente con la palabra. De ahí que esta pregunta aparentemente ingenua: ¿qué fue primero, la palabra o la imagen?, no solamente sigue siendo vigente, sino que es fundamental en la construcción del conocimiento, pues hay que señalar que no podemos nombrar algo de lo cual no tenemos noción, idea, concepto o imagen.

Aparato de los hermanos Lumière, productor de fotogramas, que revelaban y proyectaban.

Cuando nos acercarnos al hecho cinematográfico con el propósito de abordar su estudio o análisis para comprenderlo más, nos ocurren dos situaciones de la mayor relevancia, una, disfrutamos mejor de él; la otra es que nos damos cuenta de que puede llegar a utilizarse como una excelente herramienta didáctica en la labor pedagógica. Uno de los aspectos que más nos sorprende y que, a su vez, nos parece sumamente enriquecedor, es que nos encontramos ante una manifestación que es unitaria en sí misma, y que además posee una gran complejidad interna, ya que el cine es movimiento, arte, historia, lenguaje, magia, música y documento, pero también es espectáculo, técnica e ilusión y, por supuesto, un medio de comunicación social privilegiado.

Una película es, en última instancia, la combinación de luces y sombras que producen imágenes, de tal manera que la parte más importante de un filme es precisamente la imagen. Esa imagen (la imagen cinematográfica) se caracteriza por estar en aparente movimiento (producto del fenómeno óptico de retención del movimiento por la retina del ojo humano) y que, a diferencia de la imagen estática, que obliga a tener una actitud contemplativa, la imagen en movimiento requiere del espectador una constante contextualización, es decir, nos obliga a ubicarnos constantemente en los hechos que narra la historia que estamos presenciando, de modo que es necesario leer e interpretar lo que ocurre en la pantalla para poderlo comprender.

Es por eso que, cuando hablamos de la imagen cinematográfica, estamos haciendo mención de toda una serie de criterios lingüísticos. A lo largo de la Historia del cine, podemos encontrar una progresiva profundización teórica en torno a los elementos integrantes de la propia imagen y de su valor como signos. De ese modo, cuando se intenta su interpretación, se tiene siempre la finalidad de una mejor comprensión de cada uno de sus aspectos particulares, así como de la película en su totalidad.

Algunos de los elementos más importantes del lenguaje cinematográfico son: la iluminación, el sonido, la música, el movimiento de las cámaras, los diferentes planos y, por supuesto, la edición. Con estos elementos el cineasta puede comunicar y transmitir emociones, sentimientos, sensaciones, conceptos, que son, en sí, formas de ver e interpretar el comportamiento humano, porque, con sus películas, el realizador nos deja ver su particular visión del mundo en general.

Albores del cine a color. Película Cinema Paradiso

Desde hace muchos años, el cine se ha convertido en una especie de escáner para estudiar la sociedad que lo produce, pues las películas son el fruto de una determinada mentalidad y de un determinado momento histórico. En consecuencia, la relación entre el cine y la sociedad es tan estrecha, que autores como Alba Ambròs y Ramón Breu consideran que el cine se ha configurado como la auténtica piedra de Roseta para analizar e interpretar hábitos, conflictos, aspiraciones, luchas sociales, fenómenos culturales, comportamientos y actitudes colectivas que se dan en los diversos grupos sociales, los cuales son filmados y presentados a los espectadores.

Partimos del hecho de que la integración del cine en el aula es una necesidad. No son pocos los profesores y las profesoras que se lo plantean desde hace tiempo; no obstante, podemos constatar que se carece de propuestas didácticas viables para saber cómo introducir y aprovechar las producciones cinematográficas con una finalidad educativa. No basta con llevar el cine a las aulas, pues las experiencias concretas nos demuestran que, en el mejor de los casos, se proyecta una película a los estudiantes pensando que, por ese simple hecho, éstos ya están motivados para debatir su contenido, que pueden comprender las intenciones de proyectárselas, así como el contenido del filme y que, por tanto, se lograrán los objetivos propuestos.

Cartel de inauguración del cinematógrafo Lumière

La realidad nos dice lo contrario, quizás uno de los motivos que dificultan ese proceso, es la ignorancia y la falta de cultura audiovisual que padecemos, las cuales no han venido solas, sino que proceden avaladas por el modelo mayoritario de televisión, que nos convence de que la única manera de construir imágenes y contenidos audiovisuales es la suya, y que, en realidad contiene una carga imponente que insiste en la miseria cultural, en la humillación intelectual y personal, en formas rutinarias y empobrecedoras, con la trivialización de los valores democráticos, en la promoción de contravalores, en la exaltación de la pasividad crítica y en la alienación más deprimente de la ciudadanía.

La función mediadora que tiene este modelo televisivo dominante entre nosotros, impulsado por tanto por empresas públicas como privadas, tiene consecuencias catastróficas, pues la mayoría del público actual ha perdido la capacidad de contemplar toda la densidad que pude ofrecer el relato cinematográfico, ya que se ha acostumbrado a la recepción pasiva del flujo incesante de imágenes heterogéneas, que —podemos afirmar— nos colonizan totalmente la mirada, al no facilitar el conocimiento más amplio del mundo; pues el incesante consumo indiscriminado de imágenes provoca el olvido inmediato de todo aquello que se ha visto. Esta pérdida de memoria la tienen muy en cuenta los publicistas a la hora de construir sus mensajes basados en la reiteración y la redundancia. Por otro lado, la televisión que se concibió inicialmente como un servicio público, se ha convertido en un negocio muy lucrativo, en donde el cliente no es el espectador, sino el anunciante.

Por todo ello, es necesario construir un modelo mediático diferente y alternativo, y el lugar idóneo para construirlo es la institución educativa, en donde se puede comenzar con la formación de espectadores, desde los hábitos más básicos para, posteriormente, plantearse objetivos más amplios, como el estudio de escuelas, movimientos o perspectivas estéticas del cine. Esta es una de las formas en que se relaciona la educación con el cine.