El valor de ser maestro
El valor de ser maestro
Experiencias y posturas ante el enfoque de la Nueva Escuela Mexicana
María Guadalupe Quintero Zarza
docente de la ENMJN
La profesión de maestro es simplemente insustituible, porque aquel que ha aprendido alguna profesión seguramente pasó por el proceso en el que su maestro, experto en su disciplina, lo sedujo con pasión a entender el significado de aquello sobre lo que más tarde se desempeñaría, ya fuera algo sobre tecnología, sobre ciencia, sobre arte, sobre sociedad, sobre la naturaleza, etc. Y es que el conocimiento, en sí mismo, no tiene gran valor mientras no se alcance su sentido y su razón de ser en la sociedad y en la evolución y la trascendencia del ser humano. Entonces, es seguro que justo aquel maestro fue el que con emoción logró transferir el valor de aquella profesión para la cual se formó un estudiante, tanto en sus competencias para la vida, como para su profesión.
Recordemos algunos datos históricos en torno a la formación de educadoras. Por ejemplo, fue bajo el mandato del presidente Miguel de la Madrid que surge el Plan de Estudios Licenciatura en Educación Preescolar 1984. Este Plan considera (y así lo enuncia en sus primeras páginas) que ante la revolución educativa que se estaba viviendo, se hacía necesario elevar la calidad de la educación nacional, por lo tanto, retomando el Plan Nacional de Desarrollo, se pronuncia como acción fundamental el fortalecimiento de la formación y superación profesional del magisterio, quedando los maestros como agentes relevantes de cualquier sistema educativo (1984, 3).
Se habla pues de un nuevo tipo de educador, con una amplia cultura científica y general, y con aptitudes para la investigación de la docencia; además de un amplio dominio de técnicas didácticas y conocimientos de psicología educativa; se plantea contemplar las escuelas normales dentro de la educación de nivel superior y egresar a las educadoras con el grado de licenciatura, lo que implicaría cursar cuatro años de carrera profesional; al respecto, se hace necesario ya no sólo cubrir el nivel de secundaria; ahora se requiere contar además con el bachillerato.
De este modo, se implementan los Laboratorios de Docencia como centros activos donde las estudiantes tendrán la oportunidad de aplicar los conocimientos construidos al cursar las diversas asignaturas, entre las cuales destaca la psicología en sus diferentes ramas: educativa, social, evolutiva. A partir de estos laboratorios, que se cursarán durante los tres primeros años de la carrera, se podrá analizar la aplicación interdisciplinaria de los contenidos. El alumno podrá “a partir de la observación dinámica de la práctica social y educativa formular un marco teórico-conceptual que será contrastado en la realidad del ejercicio de la docencia y de la experiencia profesional de los participantes” (PLEP84; 14).
Se hace hincapié en el hecho de que las educadoras sean capaces de entender lo valioso del manejo de la tecnología como función determinante en el progreso económico y, de esta forma, se abren materias como computación, ciencia y nuevos recursos de cálculo. También se plantea como crucial en la formación la observación de la práctica docente; pues en estos planteamientos se considera que “la disertación tradicional tendrá que cederle el paso a la investigación, a la reflexión, a la educación en grupo formado por alumnos pensantes. Se trata de lograr una nueva perspectiva pedagógica en la relación, en la influencia recíproca, de educadores y educandos” (PLEP84; 17).
Al respecto de esta información, y habiendo sido conformada en este Plan de Estudios 1984, reconozco haber resultado impactada por la seriedad de maestros dedicados a compartir con el estudiantado los conocimientos necesarios para saber responder a las necesidades sociales de la profesión, cada clase impartida con preparación y pasión, hacía evidente la responsabilidad ante la formación de los futuros educadores. En lo que a mí respecta, ya son ahora 18 años siendo maestra de formación inicial como Educadora y Formadora de docentes en Educación Preescolar por convicción y vocación. Me parece que he aprendido algo nuevo cada uno de los días en que me he enfrentado al ejercicio profesional, en esta valiosa profesión con la que sin duda me enganché y la sigo tomando algo de aquellos a quienes considero mis maestros, aquellos profesores que no solamente con su discurso y sus teorías me han contagiado, sino con sus actos de amor por lo que hacen en la vida cotidiana para que otro sujeto se instruya, no sólo en el significado de la vida, sino en el significado de ser maestro, especialmente en ser educador, así como en la coherencia y concordancia entre el discurso y las acciones en el campo de la vida académica cotidiana.
Así, como docente formadora de docentes, he podido vivir la experiencia con el Plan de Estudios 1999, en que nace la reforma educativa para la formación de Licenciadas en Educación Preescolar, misma que responde a los compromisos expresados en el Programa de Desarrollo Educativo 1995-2000, y en el que se toman en cuenta a las prácticas de las docentes en formación como relevantes para la integridad de su desempeño; dichas prácticas son nombradas como “prácticas escolares”: se organizan en el mapa curricular, haciéndose presentes en cada uno de los ocho semestres correspondientes al curso de la carrera como educadora.
El significado que se tiene de este trabajo docente radica en entender que un estudiante, al adquirir los conocimientos sobre los campos de intervención educativa, deberá relacionarlos con las necesidades, intereses, procesos y formas para aprender de sus futuros alumnos (PLEP, 1999; 21). El mismo plan de estudios plantea que el estudiante no sólo se forma en los cursos tomados a lo largo de las asignaturas en la escuela, sino que su formación se ve complementada en el ámbito de los jardines de niños y, aunque van presentándose cambios en los planteamientos, lo que no cambia es que la figura del docente formador de docentes, y el docente frente a grupo, sigue teniendo una responsabilidad trascendental en el proceso de enseñanza, porque justamente viene siendo la esencia del normalismo mexicano y, como tal, lo vamos asumiendo en las nuevas generaciones de maestros que nos enfilamos en las escuelas normales.
Del mismo modo, ya con el Plan de Estudios 2012, se plantea fortalecer las capacidades de los maestros para la enseñanza, la investigación, la difusión del conocimiento y el uso de nuevas tecnologías. En él se habla de procesos constantes de cambio, del trabajo centrado en ambientes de aprendizaje situados que consigan que la formación del futuro profesional tenga el conocimiento necesario para hacer frente a su vez a las necesidades de la educación básica, con actitud de reflexión, de investigación e innovación, etc.
Vivido con todas sus complejidades, al igual que los otros planes de estudio y puesto que no existe la perfección, nuevamente los maestros hemos asumido la responsabilidad para profesionalizarnos y para tener elementos de entendimiento, de discusión y de la toma de decisiones sobre el papel que jugaremos en la formación. Y luego, está el Plan de estudios 2018, del cual desafortunadamente, como muchos, no tuve la oportunidad de participar y, por lo tanto, no puedo emitir algún juicio verdaderamente propio.
Lo que sí puedo decir es que he aprendido que el maestro que se ha desarrollado en una escuela formadora de maestros, no sólo aprende la disciplina, sino el arte de enseñar, desarrolla el amor por la docencia, ese amor que lo dispone siempre a trascender y a aprender para mejorar su labor día con día, aun cuando las condiciones sean adversas. Y es que simplemente no hay pretextos cuando se ama la profesión docente, pues es parte de la vida misma aprender a aprender y trascender para estar a la altura de las exigencias de las nuevas necesidades que el mundo nos demanda; porque, claro está, la humanidad no deja de evolucionar en ninguna de sus dimensiones, políticas, económicas, sociales, culturales, científicas, etc.
En estos momentos de pandemia, por ejemplo, la situación social que atravesamos nos ha dado sin duda la oportunidad de re-significar esa labor tan importante que tenemos en la incorporación de la tecnología y de las herramientas virtuales que se nos brindan para enriquecer nuestra tarea de enseñar y también de aprender; una oportunidad verdaderamente de prepararnos, de tomar cursos y diplomados, de practicar y de usar cotidianamente en el trabajo con otros colegas y, por supuesto, en el trabajo con nuestras estudiantes, quienes también necesitan la capacitación y el ejercicio cotidiano, ya que, aun cuando se pensaba que por ser millenials tenían un dominio especial de la tecnología, la verdad es que al final eso no ha sido demostrado como habíamos pensado justo ahora que se tiene la exigencia.
Por supuesto, aquí es donde se pone enfrente el tema de los recursos de infraestructura que tenemos en nuestros espacios educativos, llámese escuela u hogar, todo sujeto obviamente a condiciones económicas y muchas otras que ya han sido mencionadas por especialistas como Sylvia Schmelkes, cuando refiere el tema de las brechas entre lo que se desea y lo que verdaderamente hay en el sistema educativo en México y que, sin duda, no podemos dejar de lado. Sin embargo, con los pocos recursos que tenemos estamos logrando cosas importantes, sacando adelante un ciclo escolar que quedará para la Historia y será un parte-aguas en las nuevas formas de entender la Nueva Escuela Mexicana.
Centrando mi atención ahora en ello, coincido en que el nuevo enfoque, después de todo, consiga retomar y realzar al maestro como el centro del proceso de enseñanza y aprendizaje, dando valor a sus saberes para participar en la formación de los nuevos ciudadanos, de los nuevos estudiantes y de los nuevos profesionales; entendiendo que justo su aprendizaje estará en todo momento influenciado por los saberes de estos últimos, ya que se trata de un proceso dialéctico. No estamos del todo ante un nuevo reto, porque siempre ha sido parte del trabajo del maestro conciliar dicha dialéctica; pero sí estamos en un momento necesario para pensar en que ser maestro, necesariamente tendrá que colocarnos en la conciencia de que se requieren perfiles específicos.
La profesionalización es inminente, la actitud necesaria y el compromiso imprescindible; los temas del uso de la tecnología nos vienen invitando —sólo por referir a este eje trascendental— a superar los miedos, a aprender y a explorar nuevas formas de ser y de hacer. No obstante, justamente esta situación apremiante de la digitalización de la vida en que nos coloca el problema de la emergencia sanitaria en este 2020, también nos lleva a entender que no basta con saber usar las herramientas, sean técnicas o estratégicas, es urgente además reencontrarnos con el sentido de ser maestro, sobre todo, un maestro que se ha formado en una escuela normal o de corte normalista.
El maestro normalista es enseñante, investigador, creativo, innovador, situado, transformador, etc.; pero sobre todo aquel que debe saber cuál es la función esencial de su profesión, es decir el maestro normalista debe tener clara conciencia social ligada a la formación de los sujetos que participan sobre todo en la escuela pública, tiene un sentido ético de enseñar a enseñar, no sólo enseñar; nuestra labor social es sin duda necesaria y fundamental para formar al futuro ciudadano, por lo tanto saber quiénes son nuestros estudiantes es elemental.
Saber la manera en que aprende el sujeto para el cual trabajamos y estar actualizado a las nuevas formas y propuestas para generar ambientes de aprendizaje sigue siendo nuestra tarea de cada día, por lo tanto, re-significar lo importante que es tener la pasión por la profesión, todo eso tendrá que ser el eje sobre el cual conformemos los cuadros de maestros en nuestras escuelas normales. Necesitamos, en el caso de la formación de formadores, que nuestros jóvenes amen también su profesión, que aprendan de nosotros el gusto por enseñar y aprender, por ir más allá, por resolver, por motivar, por emocionar y por saber cuándo se enseña y, por supuesto, cuándo se aprende.
El hecho de hallarse ante la crisis, de estar confinados en casa y de hacer todo desde ahí, nos ha puesto en condiciones de pensar y de aceptar con humildad quienes somos: qué sabemos, qué no sabemos, qué necesitamos y qué es lo que tenemos para mejorar. Ahora nos toca enfrentar, demostrar, reiniciar, aceptar, compartir, valorar, y entender que hemos logrado muchas cosas y que podemos crecer y hacer crecer nuestra digna profesión hasta donde el sentido de conciencia nos lo permita, porque no existe el maestro perfecto; pero sí existe la posibilidad de querer ser mejores y de intentarlo cada día.♦