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¿Es posible mejorar la escuela?

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¿Es posible mejorar la escuela?

Alfredo Alcalá Razo

Docente de la ENMJN

 

 

El presente texto se gesta a partir de lo que en años recientes sacudió profundamente a la sociedad y a la educación en México, la erróneamente llamada “Reforma educativa”. Sin aspirar a conquistar, en un espacio tan breve, la completa profundidad de los aspectos intrínsecos a este tema, es importante e ineludible señalar que este escrito pretende, más precisamente,  responder a la cuestión (señalada de manera afirmativa), de si es posible mejorar la escuela; aseveración sujeta a un necesario y vasto análisis, lo cual ya hicieron numerosos conocedores del fenómeno de manera objetiva y razonada, concluyendo que dicha reforma dista mucho de ser lo que en esencia pregona.

Los verdaderos expertos en materia educativa contradicen lo expuesto por tal reforma. Mejorar la educación, no la escuela, requiere un diagnóstico profundo, mecanismo inicial precisamente olvidado u omitido en la mencionada reforma; menudo detalle.

Por otro lado, ocupándome en responder a la difícil pregunta de ¿cómo mejorar la escuela?, comenzaré por aclarar qué se entiende por ‘escuela’. Algunos autores coinciden en que la escuela es una institución u organización, “al ser las escuelas instituciones de enseñanza…” (San Fabián, 1996, p. 41), “…la mejora escolar sólo es posible si la escuela, como organización…” (Bollen, 1997, p. 29), “la escuela es una institución…” (Santos Guerra, 2002, p. 37), y “definamos las escuelas como instituciones…” (Reimer, 1974, p. 51).

Esto permite acercarse a entender del concepto de ‘escuela’, pero no lo aclara totalmente, toda vez que remite a la búsqueda de los conceptos de ‘organización’ e ‘institución’.

Los enfoques mecanicistas se caracterizan porque explican la organización y su comportamiento comparándola con una gran maquinaria y la interpretan como un gran sistema técnico. Los enfoques organicistas o psico-sociológicos comparan la organización con un organismo vivo, en constante movimiento y en constante interacción con su entorno, incorporan variables diferentes a las de carácter técnico. En el enfoque antropológico, la organización es más que un sistema técnico o sociopolítico, incluye todas las teorías que entienden la organización como una institución de personas, y como una comunidad que comparte unos objetivos; su principal virtud es que integra los enfoques mecanicistas y psico-sociológicos en una visión más completa de la organización y de la persona. (Sandoval, 2008, p. 18).

Tomando como referencia lo anterior, entiendo la escuela como una institución u organización conformada por personas que comparten objetivos, de los cuales, los más importantes son la enseñanza y el aprendizaje. Además, la escuela cumple una función social de enorme trascendencia si se considera que, “la escuela tiene como misión fundamental contribuir a la mejora de la sociedad a través de la formación de ciudadanos críticos, responsables y honrados” (Santos Guerra, 2002, p. 11).

En total acuerdo con lo señalado, es una enorme responsabilidad la que se atribuye a la escuela, cumplir con una importante función social: formar a personas benéficas para la sociedad.

Ahora, en cuanto a la reforma educativa implementada en nuestro país, la mejora de la escuela como institución que cumple o debe cumplir con la formación de personas de bien, va mucho más allá de lo que impuso la señalada reforma, la cual en esencia responsabiliza al maestro de la misión central de la escuela, dejando de lado al resto de los aspectos que, de muchas maneras contribuyen a su cumplimiento:

  • ¿Dónde queda la infraestructura y el uso correcto de los recursos destinados a la educación?

  • ¿Qué hay de los planes y programas de estudio?

  • ¿Dónde aparece la formación, actualización y desarrollo docente?; y

  • ¿Qué papel juegan los docentes, los padres de familia y la sociedad misma en la toma de decisiones en materia educativa?

Sin una respuesta a estas preguntas se hace evidente que la reforma educativa difícilmente mejorará lo que en mi opinión han mal llamado ‘calidad educativa’. Ante este panorama, considerando la trascendente función social de la escuela e identificando la enorme complejidad de todos los elementos que la conforman, responder a la pregunta de ¿cómo mejorar la escuela?, desde la mirada realista de mis alcances individuales, se vuelve un ejercicio sumamente idealista y prácticamente inalcanzable.

No obstante, lo señalado no evade la responsabilidad que me confiere el hecho de ser docente. Me parece que la mejora de la escuela no es tierra fértil de lo individual, sino de lo colectivo. Sin embargo, consciente plenamente del riesgo de parecer contradictorio, estoy convencido de que si bien la mejora de la escuela no depende de un individuo, la suma de esfuerzos individuales sí podría generar una mejora en el entorno inmediato de quienes lo lleven a cabo.

Todo esto me lleva a la siguiente reflexión: ¿qué puedo hacer yo, desde lo individual, para mejorar mi práctica docente y, de esta manera, contribuir a la mejora de la escuela? Evidentemente es lo mínimo que tendríamos que hacer todos aquellos que seamos o queramos ser docentes. De acuerdo a mi perspectiva, la respuesta a esta pregunta comprende las siguientes acciones:

  1. Estar convencido de querer ser docente. Anteriormente se pensaba —acaso actualmente haya quien lo piense así— que la profesión docente requería sólo de vocación, lo cual no comparto. Lo menos que se requiere, en mi opinión, es que todo aquel que quiera dedicarse a la docencia reconozca las implicaciones que tiene esta profesión, es decir, sobre la base de este conocimiento, estar convencido de que es lo que se quiere hacer y a lo que se pretende consagrar. Si no se está convencido, es mejor dedicarse a otra cosa.
  2. Prepararme permanentemente para propiciar la enseñanza y el aprendizaje. Por mi parte, tengo apenas seis años de dedicarme la docencia. Me falta mucho camino por recorrer en este terreno y me considero un docente en formación; alguien que requiere seguir preparándose y actualizándose. La preparación es la base de la mejora.
  3. Interesarme por mis alumnos. Se debe atender que los alumnos alcancen los aprendizajes, pero también se debe ser sensible a las dificultades que presentan, y, en la medida de nuestras posibilidades, llevar a cabo acciones que busquen que dichas dificultades no interfieran significativamente en el proceso enseñanza-aprendizaje.
  4. Crear ambientes propicios para el proceso enseñanzaaprendizaje en función de mis alcances y limitaciones. Implementar constantemente estrategias que creen las condiciones necesarias para que el proceso enseñanza aprendizaje ocurra de manera satisfactoria.
  5. Propiciar la reflexión y el análisis en mis estudiantes. Una meta importante de todo docente es favorecer el análisis, la reflexión y la crítica en sus estudiantes. En la medida que el estudiante reflexione, analice y cuestione la realidad, podrá implementar acciones de mejora.
  6. Generar la participación activa de mis alumnos en su aprendizaje. Se debe ver al estudiante como un ente activo, no pasivo. Se le ha de involucrar activamente en su proceso de enseñanza-aprendizaje y en las decisiones por tomar para tales efectos.

 

A manera de conclusión, he de señalar que la escuela es un fenómeno tan complejo y en el que intervienen tantos actores, que ni el Estado a través de la política educativa puede incidir directamente en ella, aun cuando los que dirigen la educación en México piensan que sí; sobre todo cuando implementan una reforma educativa que no tiene pies ni cabeza y cuyo propósito fundamental es recuperar el control de la educación para favorecer sus propios intereses, los cuales están alejados, precisamente, de la mejora en la educación.

Desde lo individual, mejorar la escuela —vista como institución— sin que se tomen en cuenta todos los elementos que la conforman es prácticamente imposible. Lo que sí se puede hacer es que cada docente busque todo el tiempo implementar los mecanismos que hagan su práctica profesional cada vez mejor. Es esto un reto basado en el compromiso consigo mismo, con sus alumnos y con la sociedad.

 

 

Referencias

  1. Bollen, R. (1997). La eficacia escolar y la mejora de la escuela: el contexto intelectual y político. En Reynolds, D. et al. Las escuelas eficaces. Claves para mejorar la enseñanza. Madrid: Santillana.
  2. Sandoval, E. Luz. (2008). Institución educativa y empresa. Colombia: Ediciones Universidad de Navarra, S. A. de C. V.
  3. San Fabián Maroto, J. L. (1996). ¿Pueden aprender las escuelas? La autoevaluación al servicio del aprendizaje organizacional. Investigación en la escuela, 30, 41-51.
  4. Santos Guerra, M. A. (2002). La escuela que aprende. España: Ediciones Morata, S. L.
  5. Reimer, Everett. (1974). La escuela ha muerto. Alternativas en materia de educación. Barcelona, España: Barral Editores.

 

CC BY-NC-ND 4.0 Esta obra está licenciada bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.

Acerca de Alfredo Alcalá Razo

Docente de la Escuela Nacional para Maestras de Jardines de Niños (ENMJN)

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