¿Por qué hablar de Pancho Villa en un Jardín de Niños?
El papel de la Historia en el aula cuando no es requerida oficialmente
Autoras:
María de la Luz Rosado Bosque Gómez
Docente de la ENMJN
Jacqueline Vázquez Jiménez
Alumna de la ENMJN
José Doroteo Arango Arámbula, conocido por todos como Pancho Villa, fue un líder nato de la Revolución que combatió por la injusticia social, la desigualdad y la pobreza de sus “hermanos de raza y sangre,” como él mismo los llamaba. Junto a Emiliano Zapata luchó contra la dictadura de Porfirio Díaz con la invitación del gobernador de Chihuahua Abraham González, quien, por alguna extraña razón, siempre confió en él y a su vez, Francisco Villa, siempre lo tuvo en gran afecto y consideración, incluso después de su muerte.
Fue un hombre bien “bragado”, como él mismo nombraba a los hombres valientes; temido por sus enemigos para los que era implacable y cruel, pues cuando se enojaba se le inyectaban los ojos de sangre, su mirada se tornaba fulminante y sin piedad; pero, por otro lado, podía ser muy tierno y estremecerse hasta las lágrimas, de todo corazón; como cuando lloró ante la tumba de Francisco I. Madero, el presidente víctima en la Decena Trágica junto con el vicepresidente José María Pino Suárez, o bien, cuando se enteró de la muerte de su hijita Luz Elena Villa Corral, en Chihuahua, ante su esposa Luz Corral, a cuyas faldas, terminó abrazándose.
Francisco Villa (como después él se llamó legítimamente debido por vena de su abuelo) nació el 5 de Junio de 1878 en La Coyotada San Juan del Río, Durango. Ahí, desde pequeño tuvo la necesidad de trabajar como mediero en la hacienda de la familia López Negrete para ayudar al sustento de sus hermanos con las cosas más básicas, y a su madre, Micaela Arámbula, la cual había quedado viuda.
Siendo Francisco el mayor de sus hermanos, fue solitario en su infancia y tuvo como único compañero personal a su burro “Canelo”, el cual acompañaba sus sentimientos en su gusto por la naturaleza; no pudo asistir a la escuela, y eso le dolió toda su vida. No obstante, aprendió a leer y escribir por sí mismo, y cuando se retiró voluntariamente a la Hacienda de Canutillo, en el final de su vida revolucionaria, asistía todos los días a la escuela “Felipe Ángeles” que él mismo construyó.
En efecto, por las circunstancias en que vivía, no pudo asistir a la escuela. De hecho, un día tuvo la necesidad de escapar de “la justicia”, una ocasión, a los 17 años, llegó de trabajar y vio cómo su patrón trataba de ejercer el “derecho de pernada” con su hermana “Martina” y llevársela para su casa, no importándole las súplicas de su madre de que no lo hiciera y la dejara. Ante tal escenario, fue por la pistola de su primo y en defensa de su familia le disparó en una pierna y huyó del lugar para el monte de donde no podría bajar tan fácil pues lo matarían.
A partir de esa escapatoria se convirtió en un prófugo, por lo que tuvo que dedicarse al vandalismo para poder sobrevivir, lo cual no le fue fácil pues fue víctima a su vez de bandoleros y la poca experiencia hizo que padeciera hambre y sed. No obstante, poco a poco fue sobreviviendo y conoció a la banda de Ignacio Parra y José Solís, de la que más tarde se separó al saber que este último había asesinado a un anciano.
Villa, al haber sido todo el tiempo perseguido por la justicia, terminó por ayudar lo más que podía a los necesitados, pues él mismo pasó duras necesidades desde su más tierna infancia. En dos ocasiones fue encarcelado al ser atrapado por la “Acordada”, que era la policía de esa época. Sin embargo, pronto logró escapar y, desde entonces, se descubrió como líder nato y se consagró auténticamente a su gente, a la que siempre cuidó y procuró, ya sea como bandolero o como General en jefe de la División del Norte. En cuanto llegaba un bastimento de comida o de uniformes, siempre lo destinaba a su gente, él mismo decía que debía de darles lo mejor, un ideal que los comprometiera, para que estuvieran a la altura en caso de alguna emboscada enemiga.
En la Hacienda de Canutillo en Durango, retirado en las labores del campo y con su gente, se levantaba a las 4:00 de la madrugada para ayudar a sembrar, arar y reconstruir la hacienda donde al fin hubo telégrafo, electricidad, correo, médico, carpintería, talabartería, zapatería, sastrería, molino, herrería y tienda, entre otras cosas, además de la mencionada escuela “Felipe Ángeles”, que toda la semana fungía como centro de congregación en la que habitaban los niños de los alrededores y los adultos que deseaban tomar clases nocturnas.
Se contrató a los maestros necesarios, de hecho, ellos mismos aceptaron trabajar ahí de forma voluntaria. Se les pagaba su sueldo y, cuando salían de vacaciones, “Villa les daba dinero de su propio peculio”. No gastaban ni en comida ni en vestido ni en vivienda, pues todo eso se les proporcionaba en la hacienda, de modo que podían ocupar su sueldo para otros requerimientos o gustos. Él mismo decía: “de pagarle a un general o a un maestro… primero le pago a un maestro”.
Muere prematuramente el 20 de Julio de 1923 en Parral, Chihuahua, en la calle de Gabino Barreda, asesinado en una emboscada, producto de un complot cuando él mismo conducía su automóvil Dodge con algunos de sus allegados y el chofer. Tras ser acribillado por pistoleros profesionales con balas expansivas que le destrozaron el corazón, el codo y la mano derecha, le hirieron gravemente en el abdomen y la cabeza. Al parecer, la conspiración estuvo a cargo del presidente Álvaro Obregón, quien fuera su compañero de armas. Villa, antes de morir y estando consciente de su muerte tras chocar con un árbol, dijo: “No me dejen morir así, digan que dije algo” y su caballo se quedó esperándolo ensillado en la Hacienda.
Si juzgamos a Villa superficialmente: por haber sido prófugo, tenido muchas mujeres, hijos por todas partes, se podría decir que no es la persona indicada para hablar en un Jardín de Niños. En suma, nos preguntaríamos: ¿Cuál es la mejor manera de hablarle a un niño de preescolar de un revolucionario?
Lo ideal es no hablar de eso que a veces no resultó muy apropiado en sus acciones (aunque obviamente tenemos que contextualizar la época para entenderlas, como la Ley Juárez a la que estaba obligado a cumplir por órdenes de Carranza, etc). Es claro que a un niño de preescolar no se le hablará de datos como éstos. Al contrario, es preciso contarles todo lo bueno que hizo, las cosas tan humanas que consiguió para su pueblo. Si se les habla de un Villa destacado en el trabajo, en sus ideales, que quería mucho a los niños y se preocupaba incluso por los ajenos; si con todo eso se lleva los preescolares a una reflexión, es un hecho que se quedarían con un buen aprendizaje.
Si consideramos tanto el Plan de estudios en materia de educación preescolar como el desarrollo del menor, no es adecuado hablarle a un niño pequeño sobre la Revolución Mexicana como movimiento social-político. No obstante, propondríamos una planeación para enseñarles cómo y quién es Francisco Villa, hablando de lo que significa un héroe para ellos, y porque esa es justo la figura que se aviene a Villa. Así, si observamos el campo formativo de Lenguaje y Comunicación los niños, en la competencia en que el niño “obtiene y comparte información mediante diversas formas de expresión oral,” será posible darle un panorama más amplio de lo que es un héroe: no una persona lejana o ajena que vivió en una época pasada y ya no tiene más trascendencia, sino, al contrario, alguien particular y familiar que hizo cosas buenas por los demás y dejó un aprendizaje en los niños. Esto sería hacer una buena reflexión histórica y de ellos mismos.
Por lo visto, debemos ir implementado el gusto por la Historia desde pequeños, ya que poco a poco, al menos en nuestro país, se va declarando una tendencia a dejarla de lado. Muchas estudiantes de preescolar dicen que se les hace algo aburrido, pero no se dan cuenta lo útil que es conocer su Historia, reducir la ignorancia y saber que hay cosas mucho más allá que los programas de televisión, en donde sólo se miente y se pretende entretener, haciendo perder el tiempo de la peor manera posible. Muy pocos son los programas educativos o productivos; la mayoría son de intereses netamente comerciales, o peor aún, otros tantos que resultan degradantes del ser humano y de su capacidad de pensamiento.
Nosotros como sociedad caemos en ese error: no investigamos, no leemos, no nos gusta indagar más allá de lo que se nos da. Por todo esto, es tiempo de hacer que nuestros niños, que serán y están siendo el futuro de México, se preparen para ser personas investigadoras, y esto sólo se logra inculcándoles, desde pequeños, el amor a la Historia, a la patria y a todos aquellos que fueron y son héroes anónimos, muchas veces incomprendidos, pero con muchas ganas de salir adelante y de ver por los otros, sus compatriotas, sus “hermanos de raza y sangre”.♦
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