La inclusión desde la mirada de los niños
Melisa López Velázquez
alumna de la ENMJN
Este texto trata el tema de las escuelas rurales, donde muchas veces el gobierno, entre tantas otras omisiones, se olvida de la educación de los niños que habitan ahí. Nosotras, como educadoras, sabemos y somos conscientes de la importancia de formación temprana de un niño o de cualquier persona, sea cual sea su origen.
En las vacaciones de diciembre de 2016, tuve la oportunidad de visitar mi pueblo originario: Pavencul, en el estado de Chiapas, cada vez que pasaba frente a la Escuela Primaria 12 de Octubre, y frente al Preescolar Sor Juana Inés de la Cruz me ponía a pensar acerca de los niños que habitan en Pavencul. Reflexionando, vino a mi mente el asunto de la educación inclusiva y de calidad que, supuestamente, debería tener el siglo XXI, a cuya razón cual me hice las siguientes preguntas:
¿Dónde se oculta la llamada “educación de calidad”?
¿Por qué no consigue llegar en cada uno de los rincones del país?
¿Por qué el gobierno no es capaz de incluir a todos?
Nos preguntaremos la razón de hacer estos cuestionamientos. He aquí mis argumentos. En Pavencul hay muchos niños desnutridos, enfermos y sin hogar, que no han sido atendidos. Ante esta situación, y como educadores, es necesario plantearnos por qué nos preocupamos más por la educación de un niño, si este ni siquiera es bien alimentado. ¿Será que el presidente de nuestro país es suficientemente capaz de ofrecer un discurso al respecto? Y si no lo es, ¿por qué pensamos que un niño puede, en efecto, aprender ante tal circunstancia de desnutrición y enfermedad? Muchas veces nos preocupamos por el aprendizaje de los niños, de los contenidos curriculares, de cobrar presencia más como escuela o estado, de competir en conocimientos; pero nos olvidamos del estado del niño, de la calidad de vida que tiene, de la situación de salud que presenta. Como educadores podemos hacer grandes cambios, empezando con acciones pequeñas que a veces creemos que no tendrán gran impacto en nuestros alumnos. Pero sí que lo tienen. Un niño sin una buena alimentación, sin una buena salud no será capaz de aprender y de estar activo en las actividades, por muy buenas que sean; su estado no le permitirá ser espontáneo y natural.
Al terminar la carrera me gustaría ser como Celestin Freinet (1896-1966), un gran hombre que ayudó a muchos niños y su teoría se pudo expandir a muchos países. Retomo este pedagogo porque hace mención de que la educación debe partir del interés del niño, en este caso, de su salud y alimentación, no basta con reformar los métodos de la escuela, sino que es necesario construir una escuela popular y proletaria que atienda las necesidades de educación de las clases menos favorecidas. La pedagogía impulsada por Freinet tuvo un carácter popular porque tanto él como los maestros que se adhirieron a su causa fueron educadores de escuelas públicas de escasos recursos y porque su ideología les hacía concebir una escuela preocupada por apoyar a los más necesitados.
Actualmente nos encontramos en las mismas situaciones en las que se encontraba este autor. Aunque hayan pasado muchos años, en realidad seguimos en las mismas condiciones. Freinet menciona también que debemos llevar a la práctica una pedagogía activa que esté vinculada, tanto con el medio en que se trabaja, como con los intereses de los niños.
Por ello, desde mi punto de vista, no podemos trabajar un mismo programa de estudio para diferentes sociedades con diferentes costumbres y prioridades. ¿Por qué no cada escuela elabora su propio programa escolar? Habiendo tantas diferencias, ¿por qué esperar lo mismo para todos los ciudadanos? Nuestro trabajo como docentes debe estar vinculado con el ambiente en que estamos inmersos. No sólo pedimos esto de parte de los alumnos, sino también de los maestros. Muchos de los maestros durante su formación o en su campo de trabajo tienen muy escasa tecnología, es difícil para ellos actualizarse, y, si lo hacen, muchas veces ni siquiera es útil, en vista del lugar donde trabajan.
El autor, desde su teoría, toma al maestro como responsable de buscar el material adecuado para llevar a cabo esa pedagogía, pues la propuesta de Freinet no radica sólo en el hecho de dar un papel activo al niño, sino en construir una escuela viva que funja como continuación natural de la vida familiar, de la vida en el pueblo, es decir, de su medio. De esta manera, se va construyendo una pedagogía unitaria, sin escisiones entre la escuela y el medio social.
La escuela activa de Freinet parte, pues, de la actividad del niño, actividad estrechamente vinculada al medio. El niño con sus necesidades, con sus propuestas espontáneas, constituye el núcleo del proceso educativo y la base del método de educación popular. Por lo tanto, el centro del proceso de enseñanza-aprendizaje no es el maestro, sino el niño.
La educación que, según Freinet, es la única capaz de ser la solución para el porvenir. La solución a los problemas de la preparación de las jóvenes generaciones en su misión técnica, social y humana, es la educación y el trabajo. Se plantea como objetivo “concebir y realizar una pedagogía que sea realmente la ciencia de la formación del trabajador en su doble función de trabajador y de hombre”, tal como lo plantea el autor.
Con lo anterior, se me viene a la cabeza la imagen de un ciudadano modelo: crítico, responsable, autónomo. Ante ese modelo, el educador debe entonces educar para la paz. El niño pasa mucho tiempo en la escuela, donde va a aprender y a formarse en un ente cívico, por eso, como maestros debemos de tomar el papel de formadores y de llevar nuestro país hacia un futuro mejor.
Freinet plantea una postura que defiende el estatuto lúdico de la infancia basada en el juego y en los materiales que lo posibilitan. El pedagogo francés intenta probar que hay un malentendido sobre la noción de juego. Para empezar, admite que hay un juego funcional (que opera en el mismo sentido que las necesidades individuales y sociales del niño y del hombre). Para él, esto es en definitiva una clase de trabajo: “se trata de trabajo-juego”. De aquí se deduce una primera ley:
la preocupación educativa esencial debe ser “realizar un mundo a la medida del niño, en el cual podrá entregarse a trabajos-juegos que sean susceptibles de responder al máximo a las aspiraciones naturales y funcionales de su ser”.
Habrá que preparar “técnicamente” una escuela constructiva; en la que se edifique con el trabajo como único elemento creado y en la que, en adelante, la tarea esencial de la pedagogía sea crear la atmósfera de este trabajo y, a la vez, prever y ajustar las técnicas que lo hacen accesible a los niños, de modo productivo y formativo. Estoy de acuerdo en enseñar a través del juego, ya que al niño se le hace más interesante y atractivo aprender, además de que representa una agradable forma de facilitar su aprendizaje.
En suma, puedo decir que la educación tiene que estar acorde a la complejidad de pensamiento del niño, de sus intereses y de sus prioridades. No debemos imponer cosas que no conocen y que no les servirán en una vida futura. Además, también es necesario tomar en cuenta sus condiciones de vida, como la alimentación y la salud. Las actividades escolares deberán partir del interés, de las necesidades del niño y, por lo tanto, los trabajos estarán percibidos por el niño como tareas útiles y como retos.
Por otra parte, para cultivar el interés y mantenerlo vivo, hemos de buscar las estrategias más apropiadas para que el niño sienta la necesidad y la importancia, individual y social, de todo cuanto que hace. Entonces la labor del maestro se limitará a ayudarle a avanzar.♦
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