Para abordar el Paradigma del Pensamiento Complejo
¿Cuál es su diferencia con las Ciencias de la Complejidad?
Araceli Benítez Hernández
Guillermo Flores Fernández
docentes de la ENMJN
Un día del otoño de 2004, Edgar Morin, al dirigirse al físico Gérard Weisbuch, le señaló: “Su concepción de complejidad excluye la mía, mi concepción de complejidad incluye la suya”… Iniciamos las presentes anotaciones con esta anécdota para señalar que, con frecuencia, este tipo de distinción (unas veces no resuelta, otras, pasada por alto y en ocasiones no notada) produce declaraciones generales que arrojan muy poca luz a los esfuerzos por comprender el paradigma del Pensamiento Complejo, e impide visualizarlo como un marco teórico pertinente para la formación inicial de profesores. Son muchos los factores, los ámbitos y las líneas de estudio que se necesita escudriñar para alcanzar esta meta. De ahí el interés publicando algunas impresiones, a fin de ir acercándonos al paradigma del Pensamiento Complejo y, en particular, al trabajo de Edgar Morin.

Este texto no pretende ser “la punta del hilo” ni el “por aquí se empieza”. Emprender el estudio de un sistema de conocimientos, como lo es un paradigma (cualquiera), implica errar por incontables destinos. Así, prevenimos al amable lector de no esperar de esta nota más que un intento de ordenar cronológicamente algunos eventos y, permitiendo el atrevimiento, escudriñar algunas posibilidades argumentativas de lo que, en nuestra opinión, devela una pequeña pero importante pregunta en esto que puede considerarse la (paulatina y hasta hoy reciente) construcción del Paradigma del Pensamiento Complejo: ¿Cuál es su diferencia con las Ciencias de la Complejidad?
En esta primera emisión, efectuaremos un ejercicio de orden histórico, que no teórico, para plantear un punto de distancia (y tal vez una que otra cercanía) entre lo que hoy se conoce como el Paradigma de las Ciencias de la Complejidad y el Paradigma del Pensamiento Complejo.

Fue en el siglo XVII cuando René Descartes descubrió el método científico como una sólida herramienta para explicar los fenómenos naturales. En 1619, el físico francés aseguró “estar descubriendo los fundamentos de una ciencia admirable”, ciencia que, paulatinamente, se configuró como “El Método”. El método cartesiano, o método científico, fue la base de lo que desde entonces se conoce como las ciencias experimentales que, mediante ejercicios de observación y experimentación, llevan a la construcción de teorías, leyes y modelos con las que se busca explicar, predecir y controlar lo que ocurre en la naturaleza.
Durante más de trecientos años, el método cartesiano se consolidó como la forma segura en la que, sistemática y metódicamente, se descubre lo oculto al ojo ordinario y se da paso a verdades comprobables, verificables y generalizables. El método ha sido la medida que distingue lo científico de lo que no lo es.

Hasta el siglo XIX otro francés, Auguste Comte, haciendo eco a las necesidades de la época y a un objeto de estudio diferente —lo humano—, propone un nuevo paradigma. En ese momento, el método predominante era el método de René Cartesio y, atendiendo a la exigencia de demostrar que los estudios sobre los hechos del hombre eran ciencia y tenían, por ello, valor científico, los estudiosos de lo social como Augusto Comte, Stuart Mill, Saint-Simon y Durkheim, por mencionar sólo algunos, utilizaron el método científico para abordar los hechos sociales. Se trataba de entender los fenómenos sociales como cosas (Durkheim). Llamó la atención al hecho de que dichos estudiosos utilizaban el método de Cartesio como el método, pues en ese momento no había otro. Es por ello que los primeros estudios desde la Sociología y la Psicología, por ejemplo, presentan un fuerte arraigo en la metodología cartesiana tendientes a medir, verificar y comprobar.
En la primera mitad del siglo XX, otras ciencias de lo humano fueron incorporándose a la escena científica, todas apoyadas en el mismo método. ¿De qué otra manera podrían haber sido consideradas ciencias? Ya en los años 50 del siglo pasado se presentaba una clara separación entre las ciencias sociales (Sociología, Psicología, Arqueología, etc.) en contraste con las ciencias naturales (Física, Química, Biología, etc.) A esas primeras ciencias que indagaron y estudiaron lo humano, los fenómenos sociales, los hechos del hombre y buscaron explicarlos, predecirlos y controlarlos, se les conoció como ciencias positivas.
A mediados del siglo XX, los avances de las ciencias y el conocimiento, evolucionaron dando paso a paradigmas teóricos tan importantes como el paradigma sistémico basado en la Teoría General de Sistemas (TGS), que proponía al sistema como categoría organizativa y de análisis colocando un punto de distancia con las explicaciones más lineales del método científico original.

A la par, los inicios del siglo pasado se caracterizaron por una serie de hechos sociales que influyeron también en la forma de construir conocimientos: las ideas económico-sociales de Karl Marx, el impacto de la revolución industrial en la anatomía de las sociedades (surgimiento de las ciudades en contraposición de los espacios rurales, por ejemplo), la expansión de la ideología socialista con la consabida división del mundo entre capitalismo y socialismo, las revoluciones china y rusa y, por supuesto, la primera y segunda guerras mundiales, fueron, sin duda, hechos que impactaron en la forma de ver al mundo, al hombre, a las sociedades y a la ciencia (o las ciencias)
En los años 60 y 70, Edgar Nahum (después Edgar Morin), influenciado por el positivismo Comtiano, por la teoría general de sistemas (Bertalanffy, 1969), por el surgimiento de las nuevas ciencias y las exigencias de la comunidad científica, nota “que su pensamiento no puede ver las cosas separadas”. Sin saber por qué, el joven francés no puede desarticular las cosas para verlas en su unidad y finitud.
Viviendo los años más inciertos del siglo XX, Edgar Morin, miembro de una familia judío-sefardí, y posteriormente miembro activo del Partido Comunista Francés, se forma como luchador social y participa en la defensa de Francia de la ocupación alemana. Sus experiencias en el periodismo y la literatura y su permanente participación en movimientos sociales reivindicatorios, lo adentran en disciplinas como la antropología, la geografía social, la etnografía, la psicología infantil; fue estudioso asiduo del psicoanálisis freudiano, la historia de las religiones, la mitología, la historia de las ideas y la filosofía, entre otras cosas. Fue ahí donde, el pensador planetario, construye su identidad cultural y su pensamiento transdisciplinar. Sus primeros libros “El Año Cero de Alemania” y “El hombre y la Muerte” son una manifestación de lo que en su vida había experimentado.

Es importante subrayar estos puntos porque, a la par que el mundo del siglo XX convulsiona y Edgar Morin estimula y alimenta sus pensamientos con la realidad de la guerra, las ciencias (sociales y naturales) siguen su curso, continúan su evolución y hacen aportes importantes a la historia de la humanidad. Los grandes descubrimientos científicos del siglo XIX, como los de Marie Curie y de Darwin, entre otros, sientan las bases para los logros de Albert Eistein, Nicola Tesla, Oparin, Alexander Fleming y otros. La Química, la Física y la Biología, apoyadas en los aportes de las matemáticas, también se desarrollaron y, paulatinamente, fueron construyendo un paradigma de la complejidad. Sus estudios, al igual que los de Edgar Morín, han reconocido la articulación de todas las partes del todo y su estrecha interdependencia. Así mismo, al igual que el Pensamiento Complejo, los estudios desde las ciencias de la complejidad han permitido el desarrollo cada vez más sólido de conocimientos transdisciplinarios. Hoy a la Física, la Química, la Biología y las Matemáticas, se las conoce como Las Ciencias de la Complejidad. El físico Gérard Weisbuch, del que hablamos al principio, es, a la fecha, uno de sus representantes más importantes.

Entonces, mientras Edgar Morin y, posteriormente, otros estudiosos (Rigoberto Puppo, Sotolongo Codina, Carlos Díaz Delgado, por mencionar algunos) han encaminado sus estudios hacia la comprensión de lo humano desde, dice Morin, “Un paradigma cultural que no científico”, las Ciencias de la Complejidad han avanzado sobre la plataforma del método científico, que es, precisamente, el punto de mayor crítica del Pensamiento Complejo. Los trabajos del biólogo chileno Humberto Maturana pueden ser un buen ejemplo de ello.

Por otra parte, los trabajos de Edgar Morin, ya en línea hacia desarrollar un método de la complejidad distanciado del método científico, al mismo tiempo que lo distanció de las Ciencias de la Complejidad, lo enfrentó a lo que el positivismo enfrentó en su momento: la exigencia, desde la comunidad científica, de demostrar que su conocimiento podía ser considerado “científico”. Por ello, los primeros 5 tomos del Método (son cinco libros que abordan el mismo tema: el Método); o el famoso “Introducción al Pensamiento Complejo” se miran afianzados, en algunas ocasiones con cierta dificultad, de planteamientos de la Física, o bien, hacen constantes referencias a la Química. No es difícil encontrar, en estos primeros textos, conceptos traídos de la biología (imprinting y ecología de la acción, por ejemplo) que fungen con la difícil tarea de dar “cientificidad cartesiana” al Pensamiento Complejo.
Actualmente, Edgar Morin ha evolucionado en sus planteamientos y, con la aportación de otros pensadores, el Paradigma del Pensamiento Complejo también. Hoy a sus casi cien años (este año cumple 98) Morin ha escrito y difundido ideas más claras sobre lo que es el Paradigma del Pensamiento Complejo. Baste al lector adentrarse en la maravillosa lectura de “Los Siete Saberes Necesarios para la Educación del Futuro” (1997), “La Vía: Para el futuro de la humanidad” (2011), “Tierra Patria” (1993), “Educar en la Era Planetaria” (2000), “Enseñar a Vivir” (2016), y el más reciente, “Cómo Vivir en Tiempos de Crisis” (2018) para darse cuenta de este hecho.
En las bien entradas primeras dos décadas del siglo XXI, los interesados y estudiosos del paradigma del Pensamiento Complejo, no sólo hemos renunciado a generar conocimiento científico —el cual no negamos ni excluimos— sino que tenemos claro que ese es un punto de distancia con las ciencias de la complejidad, pues se aspira innegablemente a construir, en los términos de Morin, un conocimiento pertinente que incluya el contexto, lo complejo, lo multidimensional y lo complejo de todas las cosas.
Pero eso será objeto de otra nota…♦
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