El camino del pensamiento, paso a pasito
El camino del pensamiento, paso a pasito
Luis Bernardo Ríos García
docente de la ENMJN
Ilustraciones: Anabel Bueno
No quiero empezar estas líneas con la introducción o la reseña de algún libro que me encuentre leyendo, ni deseo esgrimir todo un ensayo de cuanto versa el texto del que, poco a poco y de vez en vez, aprendo al resolver sus ejercicios. Y menos quiero escribir algo que precise la utilización del formato de citación de la American Psychology Association (APA). Sin embargo, más allá de emitir alguna recomendación o de incitar al lector, ya principiante ya experto, a ahondar en el tema; o bien incluso, más allá de revelar mi pericia en la escritura académica, resulta importante recordar que la lógica es una ciencia formal (exacta) derivada de la filosofía y es, además, una de sus ramas principales. La lógica, es “ese algo” inmanente al pensamiento.
Ahora bien, el ser humano piensa, tanto en cuestiones con poca relevancia, como en hechos complejos; todo ello con la finalidad de esclarecer lo que enfrenta con el propio pensar, y siempre con algún propósito. Digamos que la actividad de pensar trae consigo el pensamiento, y todo pensamiento trae consigo un contenido al que, a través de esta acción, se le atribuyen propiedades identificativas; dicho en otras palabras, cuando se le imponen cualidades a un contenido, y al ser verificadas, eso permite en general que surja el conocimiento. Cabe mencionar que el conocimiento como producto del pensamiento trae consigo saberes; saberes que pueden ser o subjetivos o filosóficos.
No pretendo ahondar sobre el tema de los saberes; no obstante, mencionaré que los saberes subjetivos pueden resultar de interés colectivo o individual (característicamente cerrados) y que poseen poca o nula validez por no ser trascendentes. Los saberes filosóficos, en cambio, están lejos de ser de interés para un sólo sujeto o para una única perspectiva colectiva; los contenidos de estos saberes son ampliamente verificables y poseen una significación que va más allá de construcciones culturales y de creencias personales; es decir, son saberes tanto inherentes como trascendentes.
Teniendo esto en consideración, es necesario hacer referencia a la alegoría de la caverna de Platón, donde un grupo de individuos inmovilizados observa sombras proyectadas sobre las paredes de la gruta, las cuales resultan para ellos como parte de esas creencias o de esos saberes meramente subjetivos. Así, cuando llega el momento de dejar de estar “esclavizados” a la percepción de las sombras y es hora de ir a la busca la verdad, se obtendrá (al ver las formas tangibles, los colores y dimensiones reales de las cosas que proyectan las sombras) la veracidad de ese contenido que otrora fuese mera silueta proyectada. Eso sí, sólo entonces, puede transformarse en un saber trascendente.
Cuando al fin las sombras se desvanecen y se busca, como dijo Platón, la belleza y la verdad, se ejerce una construcción meramente humana llamada cultura, la cual tiene, por una parte, elaboraciones materiales que conocemos ahora como arquitectura, escultura, etc.; pero también, la belleza es el espíritu de nuestra especie que, al buscar la verdad en los contenidos tiene, por consecuencia, creaciones no materiales originadas en el lenguaje, en los hechos y los actos humanos, como las creencias, los ritos y las palabras. De tal suerte, estos saberes subjetivos creados en el espíritu, y los saberes inmanentes que parten de capacidad humana de transformar su entorno, son también cultura.
No obstante, aunque los dos tipos de conocimiento sean parte de una construcción cultural, el camino para validar, para buscar la verdad es el que ha de introducir, primero, el punto de partida para que, posteriormente, de forma ordenada y como un segundo elemento, se establezca una meta; es decir, es posible establecer un punto de partida desde el ser humano mismo, como autor del conocimiento; o bien, desde la cultura, que es el objeto del conocimiento. Así la meta o el propósito será, en todo caso, el conocimiento. En pocas palabras, ese camino ordenado para obtener el conocimiento es algo que llamamos método.
Ahora bien, si se ha decidido establecer la manifestación cultural como el punto para emprender el camino, es preciso concretar, dentro de esa vía, la perspectiva de análisis para adoptar un curso ordenado; o sea que, si se parte desde la perspectiva de las creaciones culturales (que es la de la realidad concreta o de la cultura objetivada), estamos hablando de un proceder empirista, también conocido como realista. Mas, si se invierte esta perspectiva (y con esto queremos decir desde dentro del ser humano y de su capacidad de reflexión para alcanzar los hechos o las cosas realizados), estamos hablando entonces de un proceder racionalista, también conocido como idealismo. Cabe señalar que realismo e idealismo, ambas perspectivas, son corrientes epistemológicas clásicas que alguna vez en el devenir humano se concibieron aparte, hecho que trajo por consecuencia explicaciones parcializadas, tanto en las expresiones culturales, como en los hechos y creaciones del ser humano.
Es claro que, si alguna de estas perspectivas es parcializada, se dificultará la observación del fenómeno cultural en todo su propósito; por lo que resultará importante conjuntar ambos enfoques utilizando un procedimiento que logre conjugar, tanto lo que proviene de la razón, como de la praxis. Sin embargo, como el humano y su espíritu producen la cultura, el punto de partida de este método tendrá como sujeto y como sentido, en todo caso, las creaciones culturales. Esto significa que bajo este procedimiento se hará una síntesis del empirismo y del racionalismo, por lo que a tal método se le ha denominado dialéctico.
Sin olvidar que cada fenómeno cultural está intrínsecamente ligado a una temporalidad histórica, el pensamiento humano ha venido usando los métodos antes mencionados para problematizar, principalmente, dentro de cuatro incógnitas: el sujeto, el ser, el objeto, y el devenir. Es pertinente recordar que el sujeto es el ser humano mismo, aquel que crea y hereda la cultura; el objeto, en cambio, es la propia cultura, la heterogeneidad de lo tangible e intangible de las creaciones humanas en todo tiempo y espacio históricos; por otra parte, el ser es el origen de la existencia y la esencia de las creaciones culturales; por último, el devenir es aquello que se conecta con la historia de los fenómenos culturales, en sus temporalidades específicas.
Resulta oportuno que, al tomar en cuenta estos cuatro ejes de la filosofía clásica, se deba mencionar que la perspectiva de estudio de Karl Marx versa justamente alrededor de esos cuatro pilares: el ser, el sujeto, el objeto y el devenir. Toda su obra, y principalmente en El Capital, se centra en el funcionamiento del sistema capitalista; lo cual quiere decir que el capitalismo, como sistema de organización social, es precisamente el objeto de estudio (valga agregar, objeto de estudio de toda una vida) que hubo de sustentar con el devenir del resultado del trabajo del ser humano: la producción de objetos socialmente necesarios y con un valor de uso al momento de estar concluidos; uno de los efectos de este estudio, por ejemplo, fue develar que el ser humano, al tener capacidad del trabajo, se ha violentado y esclavizado a sí mismo; o bien, ha enajenado el trabajo y se ha apropiado de su producción a través del uso de la fuerza y de las prácticas de poder por parte de un ‘pequeño grupo’ (clase dominante) de ‘la sociedad’, misma que históricamente lo ha ostentado y reconocido, disponiendo una ‘gran masa’ (clase dominada) de esta misma ‘sociedad’ a su servicio.
Sin duda, explicar las obras de Marx y de Engels necesitaría una dedicada amplitud que, para los fines de este escrito, son dispensables. Sin embargo, cabe mencionar que algunos estudios posteriores que retoman planteamientos marxistas se han centrado justo en el ser del humano; es decir, en la naturaleza del ser humano y en el porqué de su existencia, de su cambio.
El cuestionamiento clásico que emerge obligadamente de estas perspectivas es: ¿acaso la existencia del ser humano significa estar atado a una organización socioeconómica determinada, para cuyo orden él tiene que hipotecar su trabajo y así hallarse impedido a desarrollar su naturaleza?… Invariablemente la respuesta es no; la verdadera respuesta se halla en la liberación de esa organización socioeconómica, por lo que, para validar una respuesta, ha de buscarse primero el centrarse en un camino, como ocurre en el caso de la perspectiva educativa de Paulo Freire.
En resumen, un método resulta importante, en todo caso, siempre que sea para desarrollar el pensamiento, para validarlo y, así, crear uno nuevo. De esta manera, me gustaría entender que el pensamiento es un conocimiento que se ha concretado y materializado para conformar el mundo creado por la humanidad a través del tiempo. En suma, el pensamiento tiene que recorrer, paso a pasito, un camino para construirse y conformarse como conocimiento.♦