Ernesto M. Moreno
Docente de la ENMJN
Quizá en América fue una sorpresa que la periodista bielorrusa Svetlana Alexievich recibiera hace unas semanas el premio Nobel de literatura, el galardón más prestigiado de las letras mundiales. Para Europa, sin embargo, este reconocimiento llega precedido de todos los méritos. La obra periodística de Alexievich se caracteriza por narrar, desde hace más de treinta años, los acontecimientos más dolorosos y sensibles de la zona compuesta por Rusia y los países de la antigua URSS. El diario El País la define como una “estudiosa del alma humana” capaz de mostrar el lado más doloroso y desgarrador de la otra Rusia, esa que Vladímir Putin se esfuerza tanto en ocultar.
A través de un narrador polifónico, técnica donde se mezclan los testimonios y monólogos de centenares de testigos, Alexievich logra reconstruir y dar forma a una literatura incluyente donde las voces se cruzan para contar la verdad sobre la invasión rusa en Afganistán, la llamada Gran Guerra Patriótica (sobre la caída del Muro de Berlín y sus consecuencias), el desamparo en el que viven actualmente millones de sus coterráneos. El diario inglés The Telegraph, por ejemplo, define a Voces de Chernóbil, la única obra de la autora traducida al español hasta ahora, como un “monumento al sufrimiento y el coraje de nuestros tiempos”. A continuación presentamos, a manera de invitación para descubrir la obra íntima y humana de Alexievich, una muestra de este libro que narra la tragedia del accidente nuclear ocurrido en la planta nuclear Vladímir Ilich Lenin, a unos kilómetros de la ciudad de Chernóbil, el 26 de abril de 1986, el cual ha costado la vida a más de 200 mil personas y es considerado el desastre nuclear más devastador de la historia.
“No vi la explosión. Sólo las llamas. Todo parecía iluminado. El cielo entero… Unas llamas altas. Y hollín. Un calor horroroso. Y él seguía sin regresar. El hollín se debía a que ardía el alquitrán; el techo de la central estaba cubierto de asfalto. Sobre el que la gente andaba, como él después recordaría, como si fuera resina. Sofocaban las llamas y él, mientras, reptaba. Subía hacia el reactor. Tiraban el grafito ardiente con los pies… Acudieron allí sin los trajes de lona; se fueron para allá tal como iban, en camisa. Nadie les advirtió; era un aviso de un incendio normal.”
“Con sangre y mucosidad. La piel se le empezó a resquebrajar por las manos, por los pies. Todo su cuerpo se cubrió de forúnculos. Cuando movía la cabeza sobre la almohada, se le quedaban mechones de pelo. Y todo eso lo sentía tan mío. Tan querido… Yo intentaba bromear:
—Hasta es más cómodo. No te hará falta peine.
Poco después les cortaron el pelo a todos. A él lo afeité yo misma. Quería hacerlo todo yo.
Si lo hubiera podido resistir físicamente, me hubiera quedado las veinticuatro horas a su lado. Me daba pena perderme cada minuto. Un minuto, y así y todo me dolía perderlo…”
“Es de noche. Silencio. Estamos solos. Me mira atentamente, fijo, muy fijo, y de pronto me dice:
—Qué ganas tengo de ver a nuestro hijo. Cómo es.
—¿Cómo lo llamaremos?
—Bueno, eso ya lo decidirás tú.
—¿Por qué yo sola, o es que no somos dos?
—Vale, si es niño, que sea Vasia, y si es niña, Natasha.
—¿Cómo que Vasia? Yo ya tengo un Vasia. ¡Tú! Y no quiero otro.”
(Fragmentos de “Voces de Chernóbil”: Svetlana Alexievich)
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