Abrir caminos no implica sembrar trampas
Rafael Ramos Sánchez
docente de la ENMJN

“Separarse de la especie / Por algo superior / No es soberbia, es amor”.
Gustavo Cerati
En días pasados atendí, en servicio de psicología, a la joven «T», de 17 años, quien cursa sus estudios de educación media superior en un Colegio Nacional de Educación Profesional Técnica. Uno de los motivos por los cuales asiste conmigo es que en noviembre de 2019 su padre falleció como resultado de un padecimiento de larga evolución y que, al final, le produjo insuficiencia renal crónica; por otro lado, seis meses más tarde, un primo coetáneo y con quien tenía una cercanía importante, decidió quitarse la vida como consecuencia de una desilusión amorosa.
…Y es que la primacía del sistema límbico antes de los 22 años es una clave para entender que las circunstancias adversas, como una ruptura amorosa, son material y mentalmente insoportables ante los ojos de quien la padece y que, ante el desamor, el sentido ya no está en el impulso de continuidad, sino que esas ideas orbitan en la mente del doliente y atizan la creencia de que la muerte es la única opción para aliviar el profundo dolor y colmar el deseo de revancha.

Como dato interesante, la Organización Mundial de la Salud advierte que cada 40 segundos en el mundo alguien fallece a causa del suicidio, lo cual equivale a unas 800 mil personas al año (8 llenos totales del Estadio Azteca), y también se sabe que es la segunda causa de muerte en personas entre los 15 y 29 años en el mundo.
Con visibles repercusiones en su estado de ánimo, «T» enfrenta además los embates de la actual pandemia por Sars COV2 y que, a nivel familiar, han impactado en el ingreso. «T» cuenta que su deseo es seguir estudiando y convertirse en una aliada de su madre de 46 años quien, en estos momentos, es la responsable de cubrir las necesidades que hay casa. «T» comparte además que su mamá mantiene su empleo, pero que, en lugar de trabajar 5 días, le redujeron a sólo tres, con el recorte económico respectivo.

«T» Cuenta que la casa que habitan es un predio familiar en el que comparten gastos con otros integrantes, ello ha requerido ajustes en los gastos fijos y han tenido que prescindir de algunas cosas, más por incapacidad que por deseo; un ejemplo de ello fue el servicio de telefonía fija con internet. En cuanto a su estatus académico, ella es una alumna regular, sin reprobación y con un historial académico con aprovechamiento entre 9 y 10. En esta nueva modalidad, y con las clases online, ella reconoce que ha tenido algunos tropiezos como resultado de deber conectarse usando el pago de datos móviles ya que, en casa, aunque cuentan con un equipo de cómputo, no tiene acceso a un servicio de red. La Secretaría de Comunicaciones y Transportes refiere que, al cierre del 2019, 80.6 millones de personas en nuestro país tienen acceso a internet y que, en 20.1 millones de hogares, se dispone de conexión fija, es decir que 95.3% de usuarios de internet lo hacen con un smartphone.

«T» es uno de esos millones de casos cuyo acceso a internet es por celular. Ella, como muchos, es una muestra de la estadística que aparece en los reportes que algunas veces revisamos, hecho que contribuiría a que podamos dimensionar las características de la población que uno atiende en los centros educativos en los que colaboramos.
De esta manera, a las circunstancias familiares, ahora se agrega una inquietud, y es que, derivado de las condiciones por la alerta sanitaria, la necesidad de acudir a las aulas que emigraron a los ecosistemas digitales, hay ocasiones en que la conexión resulta intermitente y en otros momentos resulta imposible. «T» me cuenta que, en días pasados, no pudo cumplir en una fecha precisa de entrega para uno de sus cursos y, encima de ello, no se pudo conectar a tiempo. Desde ese momento, su profesor decidió no considerarla más, ya sólo le permite testimoniar la clase sin participación y sin la posibilidad de registrar su asistencia. «T» ahora también teme que su promedio sufra los estragos que produce la imposibilidad de acceso a las condiciones mínimas necesarias que le permitan dar continuidad a su educación media superior.

Ocurre con frecuencia: explicamos el mundo, las situaciones, las circunstancias, los hechos basados sólo en nuestra historicidad individual, de modo que el horizonte que aparece en nuestra ventana es el mismo que el de al lado o el de enfrente; pero, para que ello ocurra así, el otro, tendría que estar justamente en el lugar que ocupo y eso sencillamente es imposible. Mi realidad no es la del otro. Es cierto que, compartimos escenarios temporales, espacios físicos y geográficos, y quizás algunas condiciones con cierto nivel de simetría, la alcaldía, el código postal, y otras asimétricas, cómo el ingreso familiar, las condiciones de infraestructura con las que se cuenta en casa y los servicios básicos y adicionales para hacerle frente a la vida cotidiana. De acuerdo con la Organización Mundial del Trabajo, sólo el 59% de las personas con empleo logran cubrir sus necesidades básicas.
A «T» le entusiasma el futuro como una posibilidad en la que contribuya a liberar la carga familiar y mejorar las condiciones económicas y sociales; cree que un camino para ello puede ser la escuela y el desarrollo de algunas habilidades que eventualmente se traduzcan en una formación robusta en el área de la informática, y que le permita insertarse en el campo productivo en mejores condiciones.

Por el momento, la duda y la incertidumbre le embargan, y es que le ha sido negado el privilegio de registrar su asistencia en la lista y se le impide la entrega de su trabajo al que le dedicó esfuerzo, tiempo y corazón… Pero fueron los datos, los insensibles datos que no estuvieron a la altura de las circunstancias, no saben resistir los plazos escolares y sus fechas perentorias, los horarios de clase y las entregas, no siempre armonizan con la accesibilidad.
«T» ahora precisa de un acompañante que camine con ella en la dura empresa de afrontar las desigualdades sociales, convertidas ahora en un factor más que compromete su capacidad para manejar el estrés natural de la vida diaria y ser eficiente en las tareas que le toca vivir en estos momentos.
¿Podemos ser las y los docentes aliados estratégicos en la reducción de la desigualdad social en nuestro país?
A manera de apunte creo que una posible ruta se encuentra a través del fortalecimiento del sentido de eficacia, y la promoción de la confianza en las y los estudiantes que atendemos en nuestras aulas. Abrir caminos no implica sembrar trampas.♦
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