Historia de las relaciones México-China
Una mirada a través del tiempo (1899-1930)
Alberto Armando Ponce Cortés
docente de la ENMJN
Ilustraciones murales recopiladas de la Exposición Vientos de Fusang: México y China en el siglo XX, expuesta durante enero de 2019 en el Museo Mural Diego Rivera, de la Ciudad de México
ENMARCANDO LA HISTORIA
En nuestro país, el periodo comprendido entre 1889 y 1930 ostentó el avance apabullante del colonialismo y el imperialismo, las potencias mundiales trastocaron las viejas estructuras de dominio, en las que la explotación de los recursos naturales y humanos fue prioritaria para el mantenimiento de un nuevo orden mundial. El proyecto expansionista de las potencias occidentales se concretó a controlar las colonias a través de la fuerza militar y de una política inversionista dentro de algunas áreas de producción. Por supuesto, las potencias no se detuvieron para apoderarse de nuevos territorios que representaran, entre otras cosas, un buen mercado potencial para sus productos.
Como consecuencia, los pueblos conquistados empezaron a sufrir fuertes trastornos en su vida económica, social y cultural, lo que más tarde dio lugar a grandes crisis económicas. A partir de entonces, México y China serán dos exponentes en los que la pobreza, el hambre y la guerra civil se volverán factores constantes durante varios años. A través de estas y otras condiciones, hubo incontables vicisitudes para que estos dos países pudieran subsistir en la forma que hoy los conocemos.
HISTORIAS PARALELAS CON FINALES DISTINTOS
Puede decirse que la historia mexicana y la china son análogas, aunque con desenlaces totalmente diferentes. A mediados del siglo XIX, China ya venía sufriendo fracturas importantes dentro de su viejo sistema dinástico, la muestra la va dar el pronunciamiento guerrillero de los Taiping (1847), al sur de las provincias chinas, quienes, según los historiadores chinos, estuvieron a punto de derrocar a la dinastía Ching. Posteriormente, se darán acontecimientos que mermarán el poder del imperio, como es la expansión extranjera en China (1870-1895), hechos que culminarán con el gran fracaso de Sun Yant-sen y el intento de implantar la república en 1911.
Después de la Revolución de 1911, la historia China va a exponer una serie de constantes, en las que la guerra civil, el hambre, la miseria y la invasión extranjera integrarán su nueva realidad. Su estructura económica dio pie a una oligarquía nacional muy comprometida con los intereses extranjeros, que a su vez condujo al país a la dependencia y a la casi desaparición de China. A partir de los años 20 (siglo XX), todo el esfuerzo del pueblo chino se encaminó a liberarse del dominio colonial e imperialista.
Mientras tanto, al otro lado del Océano Pacífico, hacia 1847, México iría a perder la mitad de su territorio a favor de los Estados Unidos. Poco más tarde, en 1863, se sufre la invasión francesa y, ya para 1867, con el territorio así menguado, el gobierno es nuevamente tomado por Benito Juárez García ante la caída del imperio de Maximiliano y la expulsión de los elementos franceses. A partir de ese momento, Juárez va sentando las bases de una incipiente modernización que se percibirá en el país hasta el gobierno de Porfirio Díaz. Con la bien llamada Revolución Mexicana de 1910, se dio una fuerte incisión estructural. Fueron años de lucha en los que, paradójicamente, el país estuvo a punto de sucumbir y de sumirse permanentemente en la propia anarquía revolucionaria. Sin embargo, la Revolución, a pesar de todas sus contradicciones, abrió las posibilidades para continuar con el proyecto de modernización que se había iniciado con el movimiento de Reforma de Juárez. Así, la nación fue creciendo económicamente a partir de estos años veinte. Muchos sectores económicos de nuestro país serán capitalizados. Aunque eso no ocurrirá propiamente en China.
Ante el despliegue de la presente situación, podría justo pensarse que México, en relación a China, revelaría un proceso económico distinto, con desarrollos rurales e industriales latentes; sin embargo, hoy día, la nación China es simplemente una potencia económica mundial, a punto de arrebatarle a Estados Unidos su papel y su sitio protagónico.
LA MIGRACIÓN CHINA
Las circunstancias de guerra, pobreza y penetración colonial de otros países sobre China fueron las condicionantes para que empezara una penosa peregrinación de nativos chinos alrededor del mundo, según Mitchson “se puede hablar de entre 12 y 13 millones de chinos ultramarinos. Es casi imposible calcular la suma total, así como el número que corresponde a cada país” (Mitchson, 13).
Si hacemos aún más retrospectiva, a mediados de siglo XIX, el antiguo sistema esclavista que tantos estragos provocó en la humanidad, queda ahora prohibido en varias partes del mundo. En Cuba, por ejemplo, desde 1845 ya no se compró esclavos. Fue así como, en gran medida, la población china vino a sustituir el trabajo realizado anteriormente por los esclavos negros. Los ingleses los llamaban coolies —campesinos desempleados—, “para los chinos era el tráfico de puercos” (Mitchson,16). Detrás de estos trabajadores existió pues un gran negocio —llegó a ser un segundo comercio de esclavos— debido a la importante demanda de mano de obra en las colonias y áreas subdesarrolladas, como Cuba, Perú, Brasil, México, entre otros.
La expansión capitalista y geográfica de los Estados Unidos fue otro enorme gancho para que miles y miles de campesinos chinos fueran a buscar mejores expectativas de vida al vecino país del norte. Desde mediados de siglo XIX, daría comienzo un impresionante desarrollo industrial de los Estados Unidos de América, el cual demandaba forzosamente una mayor mano de obra, “como lo fue en la ampliación de las redes ferroviarias del ferrocarril Transcontinental en 1889, que requirió para su construcción de grandes contingentes de población, así como también las líneas marítimas de vapor y las facilidades con que podían obtenerse los pasajes, fomentaron la inmigración; también contribuyeron a llamar la atención de las inmigrantes las tentadoras ofertas de tierras y las necesidades de mano de obra y de población que sobrevinieron con la expansión” (González, 10).
MIENTRAS TANTO EN MÉXICO
Podemos observar que, a lo largo de su historia moderna, México no se ha caracterizado por atraer grandes corrientes de población extranjera. Son varias las causas por las que los inmigrantes han preferido establecerse, mejor, en otros países; una de ellas es, curiosamente, la muy accidentada geografía de nuestro país, sin ríos navegables, con muchas tierras infértiles y no propicias para la irrigación. De acuerdo con una estimación optimista, hacia 1911, Romualdo Escobar escribió que en el 10% del territorio era posible el cultivo de irrigación, en el 70% el cultivo era imposible y de riego igualmente imposible y que sólo en el resto podía cultivarse sin más (González Navarro, 1992). Asimismo, John Coatsworth, en opinión más drástica, afirmaba que “la geografía mexicana atentaba contra la economía mexicana” (Coatsworth).
Ante estas condiciones, digamos que el México independiente ya se había intentado relacionar con prácticamente todos los países del orbe, lo cual no siempre logró ante las evidentes circunstancias de inestabilidad que se vivieron a lo largo del siglo XIX y las dos décadas del subsecuente siglo XX.
Recordemos que antes de la intervención francesa, México mantuvo relaciones diplomáticas con Inglaterra, la propia Francia, Prusia y los Países Bajos; pero el conflicto con los galos y su gran peso en la geopolítica europea de mediados del siglo XIX influyeron para que estos países dieran por terminadas las relaciones con México, así que por lo pronto seguiría imperando la poderosa y desbalanceada relación con los Estados Unidos, pero aún con una presión más fuerte ante la dolorosa derrota mexicana con el precedente enfrentamiento norteamericano.
Una vez que Juárez tomó el poder, nuestro país despertó al fin las antiguas relaciones con algunos países europeos, en las que los Estados Unidos (para variar) tomarían el papel de intermediarios. Posteriormente, esta labor sería asimismo continuada por Sebastián Lerdo de Tejada y Porfirio Díaz. “Para la última década del siglo pasado (XIX), México había llegado a firmar tratados de diversa índole con catorce naciones, entre las que se contaba Alemania, Italia, Francia, Gran Bretaña y Japón”.
RELACIÓN MÉXICO-CHINA
Los indicios de la relación sino-mexicana (o chino-mexicana) son muy antiguos, los encontramos desde la época colonial en la Nao de China, con sus largas travesías desde lejano oriente hasta puertos españoles, y, sin duda, hasta la Nueva España y a Filipinas; en este recorrido, eran transportados diversos productos chinos, tales como seda, porcelana, especias, té verde, etc. De manera complementaria, había diversos productos de la Nueva España, como la plata mexicana, que eran llevados por las mismas embarcaciones hacia los mercados chinos y de Japón. Por cierto, este valioso metal va a ser el producto (por parte de México) que, de alguna u otra forma, sustentará las relaciones México-China de finales de siglo XIX.
Así, a partir del periodo de 1821 a 1866, el contacto de México con China se debe por al gran importe que tuvo como moneda el peso de plata mexicano, muy cotizado en el este de Asia. Éste tuvo tal impacto que incluso fue reutilizado como moneda común en China hasta la primera década del siglo XX. Vera Valdez, con respecto a este punto, comenta que nuestra moneda “para esas fechas ostentaba el cuño de águila, la serpiente y el nopal. Entre las disposiciones que facilitaron este comercio fue el establecimiento de tratados de amistad, la libertad de comercio, intermediación bancaria y un medio no controlado que era el contrabando” (Valdez, 1981).
De 1874 a 1890, los contactos sino-mexicanos seguirían dándose a causa de la plata nacional. Hay que destacar que, para este corte histórico, México se ve forzado a proponer un proyecto de modernización capitalista (al igual que China), justo a imagen y semejanza de las grandes potencias capitalistas. Tanto México como China cayeron dentro de los mecanismos de expansión del capitalismo, y los contactos sino-mexicanos de ese período forman parte del mismo proceso. Ninguno de los dos estados ofreció una resistencia adecuada a la presión de las potencias imperialistas: México facilitó la penetración pacífica en aras de la modernización, y China, luego de resistir, tuvo que acceder a su apertura de puertos con tal de efectuar similares transacciones.
De acuerdo a los cánones establecidos por las potencias industriales hacia la mitad del siglo XIX, México tenía la urgente necesidad de seguir abriendo el mercado asiático para nuestra plata nacional, así como delinear una política de inmigración extranjera atractiva que ofreciera tierras a muy bajos precios y, además, que fueran pagaderos a largo plazo.
De tal suerte, para que se llevara a cabo la firma del Tratado sino-mexicano se confrontaron varias eventualidades de tipo administrativo, diplomático y burocrático, por mencionar algunas de ellas. Para el período que va de 1838 a 1890, México estuvo muy interesado en llevar dar curso a los trámites necesarios para concretar tal acuerdo; sin embargo, los chinos vivían entonces crisis tan agudas que impidieron llevar a cabo el acto protocolario. De 1890 a 1899 se dio paso a una nueva fase que trajo la consecución de la firma del tratado. Esta vez China fue la que inició las gestiones para fijar las condiciones del mismo. Los chinos tenían prisa, los motivos no eran otros más que las restricciones del gobierno norteamericano para la propia inmigración china, que ya había crecido notablemente en la zona de San Francisco. Fue tanto así que, por ejemplo, para 1860 representaba el 8% de la población de la ciudad; el 26% en 1870 y, en el transcurso de la misma década llegó a un 30% de la población total (González).
INTERESES
En la relación sino-mexicana estuvieron entremezclados varios intereses: por parte de China, el de poder colocar a sus compatriotas expulsados por el gobierno estadounidense, el de plantear a las autoridades mexicanas la seguridad de los ciudadanos chinos en territorio mexicano, así como el de aumentar las facilidades de la frontera mexicana para la inmigración china. Por su parte, nuestro país quería todas las concesiones de China para seguir colocando la plata mexicana (que lamentablemente para el primer decenio de siglo XX ya no tenía tanto valor, como antaño, por el cambio al Patrón Oro) y también se tenía la idea de seguir contando con los trabajadores chinos (llamados “motores de sangre”, como lo considerara la sociedad porfiriana), que tenían fama de ser buena mano de obra y muy rentable en cuanto a salarios, lo cual fue cuestión y motivo fundamental del ataque y surgimiento del movimiento anti-chino en la década de 1920, que aún permea hasta nuestros días en la vaga concepción de su cultura.
Hubo entonces fuertes y acaloradas discusiones dentro de los círculos porfiristas, en cuanto a cuáles eran los inmigrantes ideales para nuestro país. Las opiniones se inclinaban hacia los europeos, por ser estos más afines a nuestras costumbres y, sobre todo, por provenir de países francamente industriales; éste último era el requisito indispensable para alcanzar los tan ansiados niveles de civilización occidental. A razón de esto, para la inmigración asiática había, en cambio, poca inclinación y, si se la llegaba a considerar, era sólo en calidad de última alternativa. Por otra parte, la élite porfiriana hacía claras diferencias entre la población china y la japonesa: a los nipones se los consideraba como ejemplo de la modernización y el desarrollo; al contrario de los chinos que, según Bulnes y Covarrubias, eran sucios y astutos, reticentes al cambio y a la modernización (Valdez).
La prensa mexicana de finales del porfiriato exageraba al publicar “los disturbios de los barrios chinos en los E.U., Perú y Cuba, con este tipo de noticias se calificaba a la sociedad china de individuos racialmente ajenos, distantes de la población mexicana” (Valdez).
Finalmente, las circunstancias histórico-sociales coincidieron. Tal fue el caso de los puntos de vista de agentes diplomáticos de ambos países, contexto en el que se firma formalmente, al fin, en 1899, el Tratado México-China. “La firma del Tratado sino-mexicano para el año 1899 constituye un eslabón importante de la interminable serie de medidas estatales, tanto del gobierno porfirista como de la dinastía Ching, en su última etapa que pretendió conducir a sus nacionales por el sendero de la modernidad, realizaban un esfuerzo por hacer frente a las potencias, produjeron el efecto contrario o simplemente se cancelaron por los procedimientos de implementación” (Gómez Izquierdo).
El cierre de este momento histórico se consideró hasta la firma del Tratado con China, pero falta asimismo tener en cuenta otros momentos importantes del siglo XX, como, por ejemplo, la Revolución Mexicana y el movimiento xenofóbico y anti-chino que se genera en algunos estados de la república, asimismo presentar algunos ejemplos de éxito de chinos que lograron crear empresas en nuestro país. Por último, presentar un panorama de la segunda mitad del siglo XX y comparar la actualidad de los dos países, que en próximos números me propongo presentar.♦
FUENTES DE CONSULTA
Adams, Paul, Historia de los Estados Unidos, Siglo XXI, México, 1977
Coatsworth, John. El impacto de los Ferrocarriles en México, ERA, México.
Gómez Izquierdo, José G. El movimiento antichino en México (1871-1930). Problemas de racismo y del nacionalismo durante la Revolución Mexicana. INAH, México, 1991.
González Félix, Maricela. El proceso de aculturación de la población de origen chino en la ciudad de Mexicali. U.B.N. Ciencias Sociales, Baja California, 1989
González Navarro, Moisés. Los extranjeros en México y los mexicanos en el extranjero 1821-1970. COLMEX, México, 1992
Guajardo Paredo, Enriqueta, “Avances de investigación documental sobre la situación económica-social de los inmigrantes chinos en México en el período Obregón-Calles en Segundo Congreso Nacional. Centro de Estudios de Asia y África. COLMEX, Veracruz, 1985. P.428
Mitchison, Lois. La China de Ultramar. Una inmigración problema. Trillas, México, 1965
Archivo Histórico de la Secretaría de Relaciones Exteriores. Ciudad de México.
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