Género, confinamiento y microviolencias
Cómo reflexionar nuestra nueva cotidianidad
Mónica Villafuerte Alcántara
Mercedes Beatriz Ríos Cortés
Docentes de la ENMJN

Hablar en estos momentos de equidad de género significa cuestionar las prácticas sociales y la construcción de los roles estereotipados a partir de los diferentes agentes de socialización, como son la familia y la escuela. Ante la presencia de la violencia en todas sus manifestaciones, y específicamente aquella basada en el género, es urgente reconfigurar las relaciones entre géneros desde diversas esferas de la vida, tanto pública como privada; ante ello el uso de la perspectiva de género nos permite:
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Entender los viejos problemas en torno a dichas relaciones, con un nuevo enfoque que posibilita dar visibilidad a las problemáticas específicas de mujeres y de hombres;
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así mismo, nos permite comprender que existe una asimetría fundamental entre ambos, y que eso es producto y manifestación de relaciones de poder construidas a lo largo de la Historia.
Todo esto lleva a dimensionar que la desigualdad entre mujeres y hombres es un hecho cultural y, por lo tanto, puede y debe ser modificado. Ante tal situación, el reto entonces es sacar del terreno biológico lo que determina la desigualdad de género entre los sexos y colocarla en el terreno simbólico para, de esa forma, ejercer su reconstrucción. En este sentido, hablar de violencia en todas sus expresiones conlleva necesariamente entender sus causas y sus efectos, pero, sobre todo, implica comprender cómo es que, de manera sistémica y estructural, ésta inhibe el desarrollo integral de las personas y los grupos en los ámbitos de la vida pública y privada, principalmente de las mujeres.
Lamentablemente, en el panorama actual, muchas de estas desigualdades de partida entre mujeres y hombres se manifiesta en sectores poblacionales que presentan una mayor vulnerabilidad, como es el caso de las mujeres de comunidades originarias, de las trabajadoras del hogar, de mujeres que viven con VIH, o bien, de mujeres migrantes, entre otras; y también en aquellas mujeres que viven de manera quizá más “sutil”, pero igualmente perjudiciales, y he ahí las llamadas “microviolencias”, esas incidencias que encontramos tanto en los núcleos familiares como en las calles, o en las formas de relacionarnos en los espacios laborales, ese tipo de violencia que es “el pan de todos los días” y que las mujeres vivenciamos como limitantes para nuestro desarrollo integral. Sin duda, los efectos de la violencia sobre la salud mental disminuyen la capacidad de las mujeres para desempeñarse en la vida social, pues diezman su autonomía ante lo cotidiano, así como su abanico de posibilidades para decidir sobre el plan de vida: cómo llevar la sexualidad, el desarrollo académico y profesional, entre otros aspectos esenciales.
A todo ello, desafortunadamente, se suma la situación que vivimos a causa de la pandemia de COVID-19 que, en gran medida, recrudece la situación de desigualdad social y coloca a las mujeres en una mayor situación de riesgo ante los tipos de violencia, como es el caso de las violencias psicológica, física, patrimonial, institucional, económica, estructural, sexual y, en su extremo, la violencia feminicida.
Quizá, en un principio, sea difícil identificarlo dentro de nuestras propias historias, en el día a día, en casa o en nuestra circunstancia. No obstante, para hacer conscientes de esta situación, podemos pensar tan sólo en aquellas frases e ideas comunes, como: ¿te vas a poner eso?, ¡esa falda está muy corta!, ¡sírvele de comer a tu hermano!, ¡eso es de mujeres!, ¡ya andas de ofrecida!... etc. Además de ello, podemos pensar: ¿y quién lo manifiesta?: ¿mi pareja?, ¿mi padre?, ¿mi madre?, ¿mis amigas?; ¿mis compañeras o compañeros de trabajo? Una forma de saber que estamos experimentando algún tipo de estas violencias es identificar en nosotros indicadores básicos, como la incomodidad, la injusticia o la vergüenza que estos señalamientos nos provocan, y saber y decirse a nosotras mismas una y otra vez: ¡definitivamente no me lo merezco!, ¡yo tengo derecho a ser y a expresar mi ser!
De ahí que sea necesario reflexionar cómo cada una de nosotras, en nuestra condición de docentes, de estudiantes, de madres, hijas, hermanas, compañeras, parejas, vivimos en mayor o menor medida dichas microviolencias; y, sobre todo, cómo podemos construir, todas y todos, mejores alternativas para desaprender las manifestaciones de las mismas.
Para ello, es trascendental sumar esfuerzos con el fin de sensibilizarnos ante esta realidad, pero también con el fin de construir redes de apoyo que posibiliten la escucha empática y la orientación a las mujeres de nuestra comunidad: Esto se puede lograr a través de diversos mecanismos (informativos y de sensibilización), por ejemplo; empezar por conocer las instancias a las que se pude recurrir en caso de ser víctima de violencia de género, generar espacios de acompañamiento, entre otros. Así mismo, es necesario cuestionarnos acerca de las propias formas en las que cada una y cada uno vivimos, reproducimos y/o minimizamos las manifestaciones de las violencias; para lo cual será imprescindible encontrarnos en el diálogo y la construcción de relaciones más equitativas que promuevan la vida libre de violencia en nuestra comunidad. Tenemos este reto justo enfrente, ante todas y todos. ¿Te sumas?♦
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