El valor del ser en la enseñanza:
una mirada posmoderna desde la escuela
Martha Deyanira Pedroza Gómez
Actualmente vivimos muchas incertidumbres, el caos y bullicio en las grandes ciudades son parte del cantar de su existencia, que se acompaña de un tedio a cotidiano: la rutina y automatización de la vida, melancolías que habitan en cada rincón de este mundo pintan los rostros de los caminantes posmodernos, haciendo del paisaje un mosaico de almas mundanas. Poco a poco y conforme giran las manecillas del incesante reloj, el ser humano pierde la esencia y la autenticidad de su ser, haciendo del propósito de su existencia un espectáculo absurdo.
Las instituciones se vuelven más plurales y poco sostenibles, las sociedades cohabitan entre la diferencia e indiferencia hacia el otro, la perspectiva hedonista e individualista palpita más en cada una de las acciones, convirtiendo el modo de vida en una competencia interminable. La diversidad se vuelve paradójica, exhortando la autenticidad del ser, dotándonos de un valor efímero, acomodado, una mercancía más para los grandes mercados que nos cosifican y venden la dignidad al costo más bajo, ¿Adónde conducirá este camino? ¿Será que estamos al borde de la pérdida de nuestra virtud?
Dentro de la labor compleja y demandante que implica la conformación y estructuración del ser, se ubican una serie de instituciones, las principales se hacen nombrar: familia, iglesia y escuela, estas pueden tomar diferentes formas e ir variando sus concepciones del ser, siempre sujetas y dependientes del momento social e histórico, de modelos económicos, cultura, religión, etc. Partiendo desde ciertos fundamentos y principios, se realiza esta ardua tarea; la cual, sin embargo, conforme pasa el tiempo, se va desgastando y quebrantado, volviendo su encomienda es un constructo líquido y desechable.
Si nos ubicamos particularmente en el contexto de escuela como categoría de la formación humana, reconocemos que esta lleva implícita una fenomenología educativa, puesto que el acto de educar, aunque no lo parezca a simple vista, va más allá de simples actividades automatizadas, como, por ejemplo: el pase de lista diario, la resolución de operaciones matemáticas implícitas en problemas hipotéticos descontextualizados o lecturas que muchas veces a nadie le interesan, ni siquiera al propio maestro, pero que son necesarias para contar cuántas palabras se leen por minuto, es decir, para sistematizar el conocimiento.
Con base en ello, es importante plantearse cómo se está asumiendo la labor del maestro en un contexto posmoderno. ¿Bajo qué principios se está educando al ser humano? No cabe duda de que el quehacer docente ha sido muy eficiente en los últimos años, puesto que se mantiene dentro de los márgenes instituciones y curriculares, impartiendo clases con la finalidad de lograr los objetivos académicos proyectados desde una funcionalidad económica y utilitaria de los egresados, en consecuencia, resulta cuestionable la finalidad de la escuela cuando su premisa fundamental en los últimos años ha sido la formación de recurso humano, fenómeno bastante alejado de la conformación de seres autónomos, auténticos y aptos en virtud.
A la hora de evocar las palabras ‘maestro’ y ‘escuela’, vienen otros términos que crean una construcción semántica que dota una gran parte del sentido teórico y práctico el acto de educar; es decir, una praxis. Aquí surge una pregunta fundamental: ¿Cuál es el sentido de la praxis del maestro? Muchos dicen y presumen conocer dicho sentido, y hacen de su respuesta un discurso idealista y fantasioso de reinas y reyes magistrales que llegan con la varita del conocimiento, vistiendo múltiples disfraces que van desde el maestro libertador de esclavos hasta el maestro exponente del eros educativo; y de aquí que, fuera de ese mundo de ilusión, nos cueste trabajo saber cuál es el verdadero camino a seguir como maestros y cómo mostramos ese camino a los estudiantes en una época incierta.
Gran parte de la enseñanza y de la formación de los alumnos se realiza bajo el manto de la subjetividad y de una carga importante de simbolismos, lo que da por resultado un fenómeno escolar más amplio, profundo y matizado, del que se deriva la importancia de rescatar aquellos significados y enfoques que dotan al ser del maestro y que van a determinar su posicionamiento y el de los alumnos dentro de las aulas y la vida diaria.
Ahora bien, aunado a esta praxis está el contexto en el que se desenvuelve tanto el maestro como sus estudiantes y, al mismo tiempo, su proceso de enseñanza y aprendizaje. Es importante mencionar que este ecosistema social y educativo está construido a partir de un posicionamiento neoliberal y deshumanizante, puesto que dibuja una realidad obnubilada donde las personas, poco a poco, se vuelven entes dispuestos al trabajo y explotación, sin voz ni conciencia para el cuestionamiento de sus realidades. Ya sea porque al parecer “hay otros que están peor” o porque dentro de su mundo idealista “algún día las cosas estarán mejor”.
Como se ha mencionado, la escuela es acreedora de un papel significativo e influyente en la formación del sujeto, envuelta entre diversidad de paradigmas, su fin universal es la educación del hombre para el hombre, pues como bien menciona Kant (2021) “únicamente por la educación el hombre puede llegar a ser hombre” (p.31). Actualmente inmersos en una sociedad posmoderna y quebrantada es interesante preguntarse ¿Qué significa para el hombre ser hombre? ¿De qué manera el hombre construye al hombre?
Hay que tener presente que estamos viviendo en medio de una entropía social, donde el desgaste del sentido del ser es ocasionado por un postmodernismo virulento, que trae consigo síntomas siniestros como hedonismo, narcicismo, individualismo, ocio, vacío, una extrema personalización del sujeto, donde la subjetividad cae en los extremos del relativismo. Un medio de cultivo idóneo para el criadero de sujetos poco críticos, con casi nula reflexión e indiferentes a la crisis que envuelve su día a día, tejidos que se mueven en la indiferencia, el ocio y carcomen el poco ambiente decente que les queda.
Si bien, el planteamiento de Kant sobre la perfección del hombre por medio de la educación, es algo utópica y de corte trascendental, es importante rescatar la idea continua de concebirla como el medio inacabado y perfectible del ser, puesto que, como bien refiere, el hombre es lo que la educación hace de él, ahora bien ¿Qué hombres está haciendo nuestra educación? ¿Qué mundo estamos construyendo desde las aulas? ¿Cuál sería la meta filosófica en la aspiración de un mundo mejor?
Para responder a ello hay que recurrir a las formas y estilos que permean en el quehacer del maestro, hurgar desde el sujeto y sus posicionamientos en referencia a una ontología, filosofía y pedagogía, dando como resultado una interpretación analógica de cómo estos factores influyen en el perfil de enseñanza y aprendizaje de los estudiantes, así como el posicionamiento que estos adquieren respecto a su contexto.
Cuando Kant mencionaba en su obra Pedagogía: “la educación actual no alcanza al hombre por completo” (p.33), definitivamente su planteamiento, a pesar de estar inscrito en el siglo XIV continúa vigente en nuestros días, sin embargo, con un margen de diferencia, puesto que cada vez nos alejamos más de ese hombre, de un ser virtuoso, reflexivo y crítico de su realidad, quizá se trate de un refinamiento moral más alejado y quebrantado producto de un posicionamiento político con aspiraciones hacia una nueva modernidad del no ser, de la ilusión y la apariencia.
Reflexionando sobre las condiciones que estamos generando tanto como maestros como sociedad en general y los posicionamientos que hemos adoptado, es importante que se vayan trabajando y reconsiderando los enfoques en donde colocamos el sentido de nuestra existencia, llevándolo a la reproducción dentro de los salones de clase. Es posible que la reflexión este encaminada a generar en las aulas los espacios propicios para una interacción dialógica y cuestionadora de lo que estamos haciendo y dejando de hacer como maestros y estudiantes, puesto que esa consideración va permitir que el ser humano desde la escuela circule hacia la virtud de sí mismo. No obstante, se necesita la voluntad para poder lograr lo antes mencionado: un cambio de paradigmas y posicionamientos que vayan desde el sujeto hasta las relaciones que establece con el otro y las instituciones que va fundando, de manera que se reconstruya una mejor sociedad desde las aulas y mirando nuevas formas de ser y habitar el mundo, con un posicionamiento más democrático, humano y equitativo podemos heredar una mejor educación para las futuras generaciones y de este modo estar más cercanos a una vida más auténtica.
Todo esto va encaminado a evitar un sujeto que solo se construye desde lo exterior, desde el cuerpo, aquel donde la profundidad y consciencia sobre la existencia es casi insostenible, en consecuencia, se mira a la escuela como una incubadora de sujetos ajenos unos a otros, un medio de producción más del vacío, de aquí que, sujeto (estudiante y maestro) se pierden junto con la escuela y se suman a la mirada automatizada de la educación contemporánea.
A manera de cierre, si se retoman las bases ontológicas de nuestras cualidades como seres humanos, en la formación de los maestros, se logrará una educación más crítica, reflexiva y virtuosa, abriendo las posibilidades a una reorientación del sentido educativo y, por ende, de nuestra existencia. Por otro lado, resulta importante que el docente abandone su posición enmarcada en la enseñanza positivista o relativista y comience a llevar a la práctica un estilo de formación que retome ambientes de aprendizaje dialécticos con lo que dé apertura a nuevas formas de interpretar.
REFRENCIA:
Kant, I. (2003). Pedagogía (Vol. 85). Akal.
Esta obra está licenciada bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial-SinDerivar 4.0 Internacional.